EXTRAÑO ₁

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Desperté con una resaca emocional del tamaño de un puto elefante

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Desperté con una resaca emocional del tamaño de un puto elefante. Mis ojos estaban hinchados como dos pelotas de golf y mi cabeza latía como si un equipo de construcción estuviera trabajando dentro de ella. ¿Y qué es lo primero que veo cuando abro mis ojos?

Una lengua de perro en mi nariz.

Miré hacia arriba y ahí estaba Maya, encima de mí como si fuera la dueña. Su aliento a perro viejo y su pelaje desordenado no eran precisamente lo que necesitaba en ese momento, pero supongo que era mejor que nada.

Con un suspiro resignado, me dejé caer de nuevo en la almohada, intentando ignorar el mundo por un momento más. Pero Maya no estaba dispuesta a dejarme en paz. Empezó a lamer mi cara como si fuera un helado derretido, dejándome todo baboso y con el olor a aliento a perro impregnado en la piel.

—Joder, aparta —le dije entre gruñidos mientras intentaba alejarle el hocico.

Pero ella estaba en modo persistente, moviendo la cola y lamiéndome con más entusiasmo que nunca. Supongo que estaba tratando de animarme, pero honestamente, en ese momento preferiría que me dejara solo con mi miseria.

Finalmente, con un suspiro resignado, me levanté de la cama y me dirigí hacia la cocina, con Maya, siguiéndome de cerca como una sombra. Al menos, sabía que podía contar con ella. Desde pequeño esta pelusa con patas ha estado conmigo.

Al entrar en la cocina, me encontré con mi viejo sentado en la mesa, con su aspecto de siempre: calzoncillos anchos de vieja, una camiseta vieja y desgastada llena de manchas de café y grasa. Pero, a pesar de su apariencia descuidada, tenía esa mirada reconfortante de padre que te hace sentir como si todo estuviera bien, aunque sepas que estás al borde de un puto colapso emocional.

—Buenos días, pa' —le dije, tratando de sonar más animado de lo que realmente me sentía, mientras me frotaba los ojos para espantar el sueño.

Mi viejo me devolvió el saludo con una sonrisa cansada, pero llena de amor de padre. Se levantó de la mesa y fue directo a preparar otro café.

—¿Cómo te sientes hoy, campeón? —me preguntó, con esa voz ronca y calmada que siempre tenía.

Bufé mientras me dejaba caer en una silla de la cocina, sintiéndome como una mierda de perro en el pavimento.

—Agh... No lo sé. Solo quiero beber hasta desmayarme o algo así. —Mis palabras salieron con un lamento, mientras mi cabeza latía como si una banda de tambores estuvieran tocando dentro de mi cráneo.

El aroma del café recién hecho llenaba la habitación, mezclándose con el olor a tocino quemado que todavía flotaba en el aire desde el desayuno de mi viejo.

Mi viejo simplemente me miró con esa expresión de "aquí vamos de nuevo" que ya había visto mil veces desde que regresé del puto servicio militar siendo capaz de beber como quisiera. Estaba acostumbrado a mis jodidas borracheras, como si fueran parte del menú diario junto con el café de la mañana y el noticiero de las seis.

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