Continuación cap.1
Nos hicimos las fotos fuera del centro comercial, por fin, después de invitarle a comer, cargados los dos con bolsas de no recuerdo exactamente qué. Esa tarde me pareció toda una novedad. Ir de compras, hincharnos de hamburguesas en el Mcdonald, (atragantándonos en una competición por ver quién de los dos comía más deprisa), más compras, fotos y cine que pagamos para nada, pues en cuanto nos sentamos en las butacas, casi al principio de la película, Bill se quedó completamente frito sobre mi hombro. Yo no, era una de las películas de acción que tantas ganas tenía de ver, con mafias, gente peligrosa, negros chungos con pistolas, un prota seguro de poder acabar con el rey del crimen fácilmente con su enorme pipa quitándose de en medio a todos los que se interponían en su camino, y una morena explosiva, provocativa y enigmática que acompañaba al bueno con una pipa más pequeña, pero igual de efectiva.
En realidad no vi casi nada de la película, porque Bill se despertaba cada dos por tres y me empezaba a preguntar como un niño chico cuánto quedaba para el final, que le aburría, que estaba cansado y quería irse a casa, que tenía sueño y que las tetas de la tía buena eran de silicona pura.
Al salir del cine, nevaba. Bill tenía puesta una bufanda enorme que se había comprado esa misma tarde y me rodeó el cuello con ella en los jardines del centro comercial, pegándome a él con la excusa del frío que pasaría tan desabrigado, y lo cierto es que me estaba congelando, aunque no tuviera por costumbre quejarme. Acabamos despatarrándonos en el césped de los jardines, viendo los copos de nieve caer con las bolsas desperdigadas a nuestro alrededor y entonces, Bill empezó a sacar fotos con el móvil, pillándome desprevenido. Las primeras habían sido una bazofia, un revuelo de caras y extremidades en movimiento mal enfocadas. Después de hacer un video de lo más cutre pero divertido en el que aprisioné a mi Bill debajo de mi cuerpo, forcejeando de broma, gravándole revolviéndose debajo de mí y gritando "¡Violador, que me viola, que me viola, pervertido!", empezó la sesión de fotos de verdad. Creo que Bill está hecho para la cámara de tan fotogénico que resulta.
Nos hicimos alrededor de cincuenta fotos en los jardines, abrazados o poniendo caras divertidas y raras. También teníamos algunas fotos besándonos al lado de la fuente que con el frío que hacía, no funcionaba, intentando imitar la escena final de la película que habíamos visto a la mitad, donde los protagonistas acababan besándose apasionadamente frente a una fuente que lanzaba chorros plateados bajo la luz de la luna llena.
Nuestro escena no fue tan espectacular, pero al menos podíamos decir que no estábamos actuando frente a una cámara mientras nos comíamos la boca. Recuerdo que Bill incluso salía con una pierna levantada hacia fuera para hacer la gracia, burlándose de la tetona de silicona protagonista.
Esa fue nuestra película... una lástima que no tuviera un final feliz y lo cierto es que aunque uno de los protas necesitara la ayuda del otro de nuevo, yo no estaba dispuesto a comenzar una segunda parte.
Por eso, en lugar de marcar su número de teléfono para contactar directamente con él, simplemente escribí un mensaje.
No quería escuchar su voz por nada del mundo.By Bill.
Apesta. Esto apesta. Y no me refería a la situación aunque también apestaba, si no a la ciudad o el barrio en el que me encontraba perdido y asustado, con los nervios a flor de piel y el vello erizado de puros escalofríos.
Las calles olían a pura mierda. Ese olor tan desagradable que se te atasca en las fosas nasales cuando el water deja de tragar tu mierda y todo el olor que proviene de la fosa séptica y de lo más profundo de las alcantarillas emana de él, pegándose a tu piel. ¿De dónde venía el olor? Creía que del arroyo verde y completamente contaminado que había pasado hacía unos quince minutos andando, dónde había visto como arrojaban como animales toda clase de productos industriales y químicos, basura pura, a esa pequeña corriente de agua. Había estado seguro de que si introducía el pie dentro de aquella agua asquerosa, se me engangrenaría en cuestión de segundos, así que di un gran rodeo buscando un puente y lo crucé a pesar de encontrarlo en tan mal estado, a punto de desmoronarse.
Tras quince minutos de camino, viendo como el ambiente y el paisaje que me rodeaba mutaba poco a poco de mal a peor, me di cuenta de que el olor no venía de ese arroyo contaminado, si no de la propia ciudad en sí, y fue entonces cuando me di cuenta de que estaba en los barrios bajos de Stuttgart. Por la horrible pestilencia. Con cada paso que daba, más escalofríos sentía. Nunca, en mi vida, había visto algo como aquello, tan penoso que era hasta difícil de describir.
Para empezar, la limpieza de las calles por las que andaba causaba verdadera repelús. Era como si el camión de la basura no hubiera pasado por allí en semanas. Los cubos de basura estaban a la mitad ¿Por qué? Porque la basura estaba en medio de la calle. Por las aceras volaban todo tipo de plásticos, paquetes, ropa sucia, papelajos, condones usados, comida podrida pegada al asfalto, pañales sucios de niños, algún que otro zapato viejo, muebles de toda clase rotos e incluso vi comprensas y tampones ensangrentados desperdigados por ahí, aunque por suerte, no eran muchos. Era totalmente repulsivo y, al menos, las personas tenían un poco de sentido del orden porque toda esa porquería la habían apilado en montañas cercanas a los cubos de basura que enseguida entendí porque no eran apenas usados cuando vi como una persona con ropa andrajosa, sucia y despeinada, con una barba descuidada y enredada, apestando a alcohol, salía de un cubo de basura, saltando a la acera, tambaleándose, con un paraguas roto en la mano. Me dio un susto de muerte y casi me caigo de culo por el sobresalto. Retrocedí hasta la pared de en frente, con el corazón en la garganta. La persona me miró con los ojos más rojizos por la irritación que había visto en mi vida y me apuntó con el paraguas.