La familia

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La vida en la isla toma un nuevo rumbo con la vuelta de Viserys y la mudanza de Daenaera. Aemond se encarga de conseguir un tutor para cada uno, ajustado a las necesidades que expresan ambos por el aislamiento; rápidamente se da cuenta que será difícil adaptarlos, pues tienen una idea muy fija de lo que es la vida en común, llena de ritos artificiosos que no sirven de nada.

―Hay que tener paciencia ―dice Lucerys, sentado en una ventana al mar. Hoy lleva el cabello recogido, la cicatriz de su ojo expuesta. Aegon hizo un horrible trabajo, la línea de piel maltratada casi llega a la oreja, oculta solo por las dos franjas de tela del parche―. Viserys estaba casado con una mujer mayor y esa niña ni siquiera puede puede cambiarse de ropa sola. Se adaptarán, igual que Jaehaera y Aegon, y mi hermana nos echará la culpa de arruinar a un par más.

La reina. Rhaena no ha escatimado esfuerzos en hacer ver su supervivencia como un signo de los dioses, su pequeña "Aurora" ha volado sobre Desembarco del Rey en un par de ocasiones y, a solo un año del primer nacimiento, la reina ha vuelto a quedar encinta. La profecía de Jaehaera fue un murmullo en el oído de todos cuando la noticia llegó.

―Esperemos que así sea ―responde, metiendo el pie en una de sus botas―. Si nuestro trabajo ha salido bien, esta vez, deberíamos tener dragones en unos días.

Resulta que no es tan sencillo como asesinar a alguien. La magia de sangre requiere que, quien la ejecute, se encuentre plenamente convencido de la necesidad de aquel sacrificio, además de estar cerca al animal que se planea reanimar. En el caso de los huevos, se trata de un trabajo largo, en el que ellos deben no solo ser calentados, sino ungidos con ritos y palabras mágicas antes de, por fin, ser espectadores de la sangre derramada. Todo eso ha sido sencillo, en comparación con tener a disposición las suficientes presas para hacer lo que deben.

Así que deben idear un plan para que aquella travesía se pueda realizar como es debida. Eso incluye tomar prisioneros que arriban por error a sus costas, atracar barcos mercantiles e intercambiar algunos presos de las celdas negras de Desembarco por dinero. La recolección le toma el suficiente tiempo para que Aegon tenga que empezar a inventar excusas para los demás sobre lo que pasa cuando ambos desaparecen.

―¿Qué les dijiste? ―pregunta una noche, cuando es el chico quien les abre la buhardilla que da acceso al castillo desde los sótanos.

―Dije que ustedes dos tenían una cita ―afirma, cargando un huevo verde―. Daenaera ha dicho que es impropio y Viserys se ha encerrado en su cuarto. Jaehaera no se lo cree, dice que podrían llevarnos. Van a tener que decirle.

Lucerys se ríe y revuelve el cabello del niño.

―Jaehaera tiene demasiado tiempo para pensar ―comenta, mientras deja caer su saco con algunas pertenencias en un rincón de la pequeña habitación―. Deberíamos ponerla a hacer algo con Daenaera, así no tiene que preocuparse tanto por nosotros.

―Jae no se preocupa por ustedes ―replica el joven―. Solo tiene envidia de poder hacer cosas, quiere usar su arco.

Aegon no tiene envidia de nada, casi nunca. Pero Aemond puede ver que él está aquí por la misma razón de la queja de Jaehaera: hay formas de hacer cosas mágicas y ellos se lo están perdiendo. Este giro de la personalidad de ambos le preocupa, la sed de sangre y los secretos fueron los que llevaron a sus hermanos a pelear como lo hicieron.

Más tarde, sentado frente a la chimenea de su habitación, Lucerys viene con una tarta y una opinión parecida: ―Tal vez deberíamos decirle a Jaehaera, ella tiene más sangre fría que Aegon. ―Lo dice con una facilidad que enerva a Aemond.

―¡Es una niña! ―Es la hija de Helaena, lo único bueno, puro, encantador que tiene Aemond. Lo demás, incluso Lucerys, está manchado por esa superstición anecdótica que trae la sangre: la locura.

Enredaderas y  escamasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora