Capítulo 02

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Se subieron al auto de Josefina en absoluto silencio. Por el frío que hacía, tuvieron que dejarlo en marcha algunos minutos antes de poder irse.

—¿Hace cuánto convivís con mi hermana? —Oliver rompió el silencio

—Casi dos años —respondió Jose sin mirarlo.

—Perdón por lo de antes —balbuceó él. 

Ella se giró en su dirección.

—¿Qué cosa? —Ninguna emoción se mostró en su voz.

—Yo... Cuando entré a la biblioteca... La mirada.

Explicó apenas. Estaba avergonzado, por eso la risa de Jose lo desconcertó tanto.

—¿La mirada de cuando nos conocimos? —rio con fuerza y Oliver no pudo reprimir la sonrisa que se formó en su propia boca—. No me ofendiste, si eso te preocupa.

—De hecho sí.

Algo en ella se suavizó.

—No te preocupes, conozco mucha gente rara en este trabajo. Una vez, una chica me escribía sus consultas en papelitos porque no se animaba a hablarme —sonrió a Oliver—. No hay broncas —dijo y dio por cerrado el tema poniendo el auto en movimiento.

—Bueno, me alegra —fue lo único que agregó él.

Josefina encendió la radio y la música llenó el espacio que las palabras no parecían ocupar entre ambos. Oli se preguntó si tal vez el trabajo que tenía la volvía taciturna, o si era taciturna y por eso había elegido ese trabajo. En cualquier caso, no volvieron a hablar. Y, aunque no fue incómodo, sí le pareció algo inusual.

Cuando alguien le atraía, Oliver encontraba la forma de conversar, se mostraba alegre, gracioso, y hasta aventuraba cumplidos. Pero Jose no habilitaba nada de eso. Había algo en el tono de voz, su postura y hasta la forma en que se había reído de su disculpa que confundía los sentidos de Oliver.

Llegaron al departamento antes de lo que esperaba y bajaron en silencio. No fue sino hasta que estuvieron en el ascensor que ella le habló.

—¿Cuánto planetas quedarte?

—Creo que volví definitivamente —confesó él.

Ella parpadeó sorprendida

—Apa, es fuerte. ¿Lo sabe Tati?

—Aún no. Pienso decirle esta noche. Igual, no voy a quedarme definitivamente acá.

Aclaró por las dudas. Jose se rio de nuevo.

—Claro que no —afirmó y Oli se sintió como un intruso.

 Algo lo debe haber delatado porque ella enseguida agregó:

—Es que no hay lugar. De hecho, vas a dormir en la sala de estar.

Salieron del ascensor a un pasillo bastante largo. Se veían tres puertas a cada lado, Josefina abrió la que tenía el número nueve y le hizo un gesto para que pase. De inmediato Oliver comprobó que era cierto: no había mucho espacio. El comedor y la cocina estaban comunicados. Una barra desayunadora separaba un ambiente del contiguo. Una mesa redonda y pequeña ocupaba el rincón y había un silloncito de dos cuerpos cerca de la única ventana visible. Oliver suspiró con cansancio e imaginó lo incómodo que sería dormir ahí, pero no dijo nada. La hospitalidad de su hermana y su amiga era más de lo que podía pedir.
Despacio, se sacó la mochila y se sentó en el borde del sillón. Había viajado demasiado. Estaba exhausto. Se fregó los ojos cerrados, intentando no dormirse sentado. Al volver a abrirlos Jose le tendía una taza humeante. La aceptó con una sonrisa pequeña ¿Cuándo lo había preparado? Tal vez sí se quedó dormido un instante, pensó. Probó un traguito, estaba riquísimo. Lo saboreó con calma.
Ella se sentó a la mesa y se sacó las botas, antes de seguir tomando el suyo.

—Tati no sale hasta las ocho —comentó— podés dormir un poco. —Oliver decidió que era hermosa. Tenía el cabello corto al hombro y los ojos color miel más atrapantes que él vio jamás. Tenía las uñas cortas pintadas de negro. Mientras la miraba, se preguntó cómo sería una vez que entrara en confianza.
—Honestamente, no creo poder hacer otra cosa. —respondió —Mi celular no tiene batería... —dijo más para sí.
—Yo te despierto —ofreció Jose, que lo miraba -no sin curiosidad- escondida detrás de su taza.

Se permitió estudiarlo pensó que su altura le quedaba perfecta a su contextura. Tenía la espalda ancha y cargada de cansancio. Los ojos claros, idénticos a los de su amiga, estaban rodeados de ojeras pero igual despertaban sus sentidos. Él parpadeó algunas veces.

—¿Segura?

—Sí, segura. Así podés relajarte —le sonrió con amabilidad.

Oliver se desplomó en el pequeño sillón y se durmió casi de inmediato. Josefina admiraba a las personas que se dormían en cualquier lado. Ella padecía insomnio crónico desde que iba al jardín de infantes y le parecía un truco de magia.
Revisó el celular y encontró que tenía un mensaje de Tatiana.

T: ¿Cómo va todo?

J: Oliver duerme como un bebé.

T: Bien, le hace falta. ¿Y vos?

J: Tomando un tecito.

T: ¿Tecito de Oli?

J: ¿Qué decís, ridícula?

T: Te conozco.

Jose reprimió la risa, no quería despertarlo. Pero tuvo que admitirse que le atraía.

J: Es una criatura.

T: Siete años no son nada.

Apagó la pantalla del celular con una mueca en los labios. Miró sobre su taza hacia la figura surrealista del cuerpo demasiado grande de Oliver extendido sobre su pequeño sillón y rebuznó para sí misma. Se dijo mentalmente que era atractivo y que no importaba, había miles de hombres atractivos en el mundo y que ese magnetismo no significaba nada. Se fue a bañar intentando convencerse que no había nada más ahí. Pero una vez en la ducha, con el agua casi hirviendo corriendo por su cuerpo, no pudo dejar de pensar en el que dormía en la sala. La curiosidad y su imaginación la llevaron por demasiados caminos posibles.
Para cuando se envolvió en la toalla y revisó la hora Tati ya estaría por llegar.

A contraluzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora