Capítulo 10

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La casa de tía Lorena no había cambiado. Tenía los mismos muebles, las mismas bibliotecas (aunque no los mismos libros, de eso se dio cuenta enseguida) y el mismo olor a ruda que inundaba todo. Ella lo había dejado entrar pero no le dio un cálido abrazo como Tati había hecho.

Se sentaron en los sillones del recibidor, que rodeaban una mesa de café adornada con unas plantitas.

Oliver sentía como si una bola de cemento se hubiera formado en su pecho: dura, fría y pesada. No sabía por dónde empezar. La mirada de Lorena no se suavizó mientras esperaba que él ordenara sus ideas.

—Cuando mis viejos se murieron, —dijo por fin al encontrar las palabras— yo era muy pibe para entender. Y estaba enojado. No pude madurar de golpe como Tati.

—Tu hermana ya había madurado cuando pasó eso. —Aclaró Lorena.

—Puede ser, pero nunca antes había importado tanto cómo actuábamos —respiró profundo antes de seguir—. No vine a convencerte de que cambié, tía. Pero quiero hacer las cosas bien de ahora en adelante. Para poder hacerlo, necesito disculparme. 

Lorena pareció intrigada. 

—Mi hermana me perdonó —agregó—. ¿Creés que vos podés?

—Me acuerdo el día que le dije a tu mamá que yo los cuidaría si algo les pasaba a ellos —suspiró cansancio—. Cuando una dice algo así, no desea tener que cumplirlo. El destino fue bastante cruel con esta familia, Oliver. Y yo no quiero seguir con estos resentimientos. 

Antes que Oli pudiera acotar algo, ella lo frenó en seco con un gesto de la mano y siguió hablando: —Pero esta oportunidad es la última. Confío en que tu recorrida por el mundo te haya dado algo de sabiduría, Oli. Porque si volvés a... Digamos que mi puerta se cerraría definitivamente. Y que Paula y Tobías me perdonen, pero es así.

—Entiendo —dijo Oliver.

Aunque no estaba particularmente contento, sí sintió como se achicaba el cemento de su pecho

—Gracias. No por aceptar mis disculpas. Gracias por todo lo que siempre hiciste por nosotros, tía. —ella no se movió—. Vivir lejos me dio perspectiva. Y tenías razón: el Oliver del pasado no iba a sobrevivir toda esa mierda, era un cobarde. 

Sonrió un poquito aunque sin alegría. Y deseó, de verdad deseó, poder devolver algo de lo que su tía había dado por él.

A contraluzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora