A contraluz

Capítulo 11

Cuando Oliver volvió al departamento, Tati seguía ahí pero Jose se había ido a trabajar. Como era el día libre de su hermana, Oli decidió que era un buen momento para pedirle ayuda. Todo el camino de regreso había pensado cómo contarle a Tati su plan para su nueva vida. Decidió que una demostración sería lo ideal.

Cuando llegó con las bolsas de víveres Tati no pudo ocultar su sorpresa.

—Vos dejame a mí— le dijo a su hermana—. Lo menos que puedo hacer para agradecerte es preparar el almuerzo.

—¿Y yo qué hago? —preguntó ella.

—Lo que sea que te guste hacer en tus francos. Solo, no entres a la cocina. ¿Estamos?

A Tatiana le costaba no estar al mando, sobre todo cuando se trataba de su hermano. Ese siempre había sido su lugar y aprendió a sentirse cómoda en él. Pero ahora Oliver ya no era un chico indefenso y rebelde. Había crecido para convertirse en un hombre.

Aunque fue difícil no intervenir. Se encerró en su habitación, puso un disco de pasta y retomó uno de sus dibujos a carbonilla abandonados. Luego de un rato consiguió ignorar los ruidos de su hermano en la cocina y fundirse completamente con la figura que intentaba terminar.

Los golpecitos de Oli en la puerta rompieron el hechizo casi dos horas después. Tan comprometida estaba con su dibujo que no había olido nada, por eso los perfumes de la comida la azotaron con fuerza. Lo que vio en la mesa cuando entró en el comedor no era lo que esperaba. Había tres platos diferentes: carne asada, verduras al vapor y arroz con cúrcuma.
Oli tenía los ojos brillantes, las mejillas arrebatadas y una sonrisa tímida en los labios. Miraba a su hermana expectante.

—Buen provecho—dijo él—. Hay mucho de mi viaje que quiero contarte. Pero lo más importante es que encontré mi...— su voz se apagó.

—¿Tu qué? —quiso saber ella sin entender qué pasaba

—Me siento como un nene —balbuceó él—. Encontré mi vocación, Tati. —dijo señalando la comida. —Quiero abrir un restaurante.