𝕽𝖆𝖟ó𝖓 𝖉𝖔𝖘

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Habían pasado unos días desde que había decidido hacer la lista, y por ahora solo iba una razón, algo tonta ¿odiar su memoria? Solo quería que tuviera sentido, al final no era muy importante, pero aunque alardeaba que tenía un millón de razones ahora no se le ocurría ninguna; se estaba arrepintiendo de ese pequeño juego. Ese día, después de pagar el disco, salieron de la tienda y regresaron en silencio a la U.A, los dos solos. Se dio cuenta de que había dejado a sus amigas cuando todos volvieron juntos. Nadie hizo muchas preguntas; asumieron que Jiro quería escuchar su álbum en paz y que Bakugo solo se había hartado de estar en el centro comercial. Todos sabían que en eso se parecían, y en algunas cosas más que ninguno admitiría, como que los dos amaban los videojuegos.

En un intento de distraerse de la lista, Jiro bajó para encontrar a Mina, Denki, Kirishima y Sero junto al televisor.
—¡Jirooo, ven a jugar!
La mencionada solo se acercó y se sentó, viendo que había un control suelto y lo agarró, sentándose al lado de Kirishima. Todos la vieron con mofa cuando eligió un personaje y un carro, aunque no le dio muchas vueltas. Solo quería distraerse y pasar un buen rato con sus amigos, pero no pudo evitar preguntar con cierto desdén y aburrimiento cuando Mina no pudo contener una carcajada mientras intercambiaba miradas con los otros presentes.
—¿Y a ti qué mierda te pasa?

Ahí fue cuando estallaron; los tres se reían, Eso solo la puso de mal humor. Volvió su vista al televisor y se enfocó en ganar. Sabía que se habían dado cuenta de su molestia cuando volvió el silencio. No duró mucho gracias a Denki, quien soltó un comentario como si fuera la mejor broma.
—Jiro, relaja ese ceño fruncido.

Aprovechó que la estaba mirando y le disparó a su carro en el juego. No era la mejor venganza, lo admitirá, pero el sonido de molestia la hizo sonreír con suficiencia.
—Igual de engreídos.

Eso hizo que Jiro apartara la vista del televisor de golpe.
—¿Igual?
—¡Eso, Kaminari, distráela!
—¿De qué hablas?
—Juegas como el culo, orejas.

Y ahora la necesidad de distracción estaba aquí. No lo miraba; la mayoría de veces evitaba hacerlo. Esta vez no pudo anticipar nada. Su olor se disipaba con las frituras y la cena cocinándose. Solo salió un chillido cuando Bakugo se acercó y le arrebató el control como si nada y siguió jugando.
—¡Dame el control!
—Quita Oreja, que no me dejas ver.

La chica solo intentaba quitárselo forcejeando sin mucho resultado. Él era mucho más fuerte y ella lo sabía. Aun así, no se rendía. Y si lo hacía perder, mejor. Nadie era mejor que ella en ese juego. Además, ¿quién era él para quitarle el control? Varios minutos pasaron entre gritos y empujones, hasta que Bakugo pareció acordarse de algo. De la forma que pudo, le puso pausa a su juego y se llevó el control, obviamente seguido de la peli morada enojada. Por esas cosas lo odiaba. ¡Ni siquiera cedía el control! ¿Qué haría con él en la cocina?
—Vete a la mierda.
—Eres tan inútil que casi quemas la cena —dijo con burla la chica mientras jalaba una vez más el control. Sabía que estaba siendo un poco infantil, pero el más. Tenía una mano en el sartén mientras volteaba unos cuadritos de carne que se veían deliciosos y otra aferrada al control como si fuera el último en el mundo. Rápidamente el chico jaló, haciendo que la chica soltara el artefacto y alzó su brazo con esa sonrisa, esa que tanto odiaba.
—A ver si dejas de joder, enana.

Enana. En parte lo era, y ahora lo odiaba más que nunca. Intentaba dar brinquitos para alcanzarlo, pero no era suficiente. Nunca lo sería. El chico de por sí le volaba unos 20 centímetros y ahora con el brazo extendido era imposible. Le daba tanta rabia. ¿Por qué tenía que ser tan alto? Si fuera más bajo, no tendría manera de mirarla con superioridad desde arriba. Siempre era así y ahora se burlaba de ella. Tenía ganas de pegarle una patada. Siempre había tenido que mirarlo hacia arriba y ahora el control estaba mucho más arriba.
—Ayúdame con esto, orejas.
—¿Y por qué mierda te ayudaría?
—Supuse que tal vez querrías el control, dijo encogiéndose de hombros mientras lo ponía en la última alacena sin mucho esfuerzo. Ahora, Jiro intentaba alcanzarlo con sus jacks, pero era imposible; estaba en la misma situación que en la tienda, cuando él había llegado y le había dado el disco. Era lo mismo.
—Orejas.
—Mm.
—Pásame la lata de tomate.

Sin más remedio, fue a buscarla y casi quiso matarlo cuando vio la lata encima del refrigerador; seguro lo había hecho a propósito. Al igual que con el control, intentó dar saltitos para agarrarla, pero el cansancio pasó a ser rabia cuando escuchó una carcajada y, al voltear, se encontró con la sonrisa burlona del rubio. Como salida obvia, le clavó un jack y ahora ella se reía al ver la cara de disgusto, molestia y dolor de Bakugo. Este se acercaba, ella esperaba el golpe, que en realidad no llegó; solo vio cómo la mano del contrario pasaba por encima de su cabeza y tomaba la lata.
—Eres una maldita enana —escupió con una risa que se quería escapar y su clásica superioridad. Ahora estaba frente a ella haciéndola pegarse a la nevera por la cercanía, dejándola en blanco y sacando la respuesta automática, la que sabía.
—Te odio. Solo con mirar la sonrisa que se formó cuando le dijo eso lo confirmó. No dijo mucho más; se alejó para seguir cocinando. Olía muy bien, pero ella no iba a admitir eso nunca.
—Toma.
—¿Una cuchara? Me niego a poner la mesa. Ba-
—Prueba tonta —dijo con su ceño fruncido de siempre.
—¿Está envenenado?
—Mi cocina es lo mejor; si no vas a comer, no necesitas tu cuchara.

Mi cuchara, la que tenía en la mano, mi cuchara. Suponía que solo Momo sabía que tenía una cuchara guardada detrás de los cubiertos de todos. Y era por eso que la razón uno de por qué lo odiaba seguía cobrando sentido. No era una persona meticulosa, pero los primeros días de llegar, vio la cuchara y le recordó a las de su casa, esas que estaban algo chuecas debido a que su familia de músicos emitía varias vibraciones. Esa cuchara la hacía sentir como en casa, y ahora el maldito rubio lo sabía. Por eso lo odiaba, por eso, en ese mismo instante, lo estaba mirando como si fuera un metiche, y es que lo era. ¿Quién le daba derecho a saber tanto de ella? por cosas así, tan simples de amigos, pero ellos no eran amigos. Él sabía que lo odiaba, y así se iban a quedar las cosas. No cabía más que odio.

Así que, de mala gana, probó la comida y en ese mismo instante quiso maldecirlo. No porque supiera mal; justo lo opuesto, estaba delicioso. ¿Por qué hacía todo tan difícil? Ahí estaba, mirándola, esperando su respuesta, desde 'arriba', con satisfacción y egocentrismo.
—Bah, no está tan mal, pero le falta sal.
—¿Sal? ¿Te volviste loca, mujer? O el clima abajo está tan mal que te hace despreciar la mejor comida.
—El clima está mejor que allá arriba; gracias por 'la mejor comida', pero solo venía por el control.
—Solo admite que mi comida es lo mejor que probaras en tu puta vida
—Mejor muerta.
—No hay control para la enana
—Biennn, tu comida no apesta.
—¿Acaso quieres medio control?
—El rey explosivo necesita un halago para su ego?
—Ambos sabemos que eres menos de la mitad de mi tamaño y tienes el doble de ego —dijo acercándose y poniendo una mano en mi cabeza. Y como siempre lo estaba mirando, mirando hacia arriba y él hacia abajo, hacia mí.
—Toma el puto control y sal de mi vista.

Una vez más, lo sostenía con el brazo hacia arriba, mirándola con la burla característica de él, no como veía a todos, ceño fruncido, la otra parte de él.
—Me niego a seguir saltando.
—Solo unas palabras y es tuyo —dijo acercándose más. Más, cada vez más.
—A tu comida no le falta tanta sal —y con un rápido movimiento, agarro el control y salió corriendo de la cocina. No la perseguiría. Lo podría hacer y ganar, pero no frente a todos. Porque tendría que gritar y fruncir el ceño, maldecirla y armar un escándalo. Y no lo haría. Solo por que su jueguito del control se quedaba entre los dos.

Porque ella lo odiaba, solo al volver a la sala y todos se quedaron estupefactos. ¿Por qué?
—¿Te dejó quedarte con su control?

Su control, suyo, de él. Estuvo arrebatándole su control y peleando como una niña pequeña. Y por eso, en cuanto todos servían la cena, le pisó el pie con todo el disimulo que pudo para que él solo le dijera (agachándose por cierto):
—Eso te pasa por enana.

Después de cenar, subió rápidamente con la excusa de querer dormir. Había sido humillante, más aún aguantar a Mina diciendo que su "ship" al fin iba a ser real, puesto que le había dejado su control.

8 razones por las que te odio:
• Odio tu memoria
• ̷O̷d̷i̷o̷ ̷t̷u̷ ̷c̷o̷n̷t̷r̷o̷l̷ ̷

Pensó en poner "odio tu control", pero enseguida al leerlo le pareció ridículo, y lo era. Esta lista cada vez se volvía más tonta, pero lo odiaba. Y así mismo, odiaba su estatura. Veinte centímetros más alto. Odiaba también saber exactamente cuántos; Bakugo medía 1,72 cm. Porque se podía burlar de ella. Porque podía volver a acercarse como en la nevera con facilidad, y ella tendría que seguir mirando hacia arriba y él hacia abajo.
Simplemente lo escribió:

• Odio tu estatura.

Ocho razones por las que te odio (𝔅𝔞𝔨𝔲𝔧𝔦𝔯𝔬𝔲) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora