𝐈𝐈. 𝐋𝐚 𝐂𝐢𝐜𝐚𝐭𝐫𝐢𝐳

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Harry se hallaba acostado boca arriba, jadeando como si hubiera estado corriendo. Acababa de despertarse de un sueño muy vívido y tenía las manos sobre la cara. La antigua cicatriz con forma de rayo le ardía bajo los dedos como si alguien le hubiera aplicado un hierro al rojo vivo.

—¿Harry? —preguntó Bella, su hermana, que en ese momento entraba en el cuarto con un vaso de agua, cerrando la puerta tras de sí.

Harry se incorporó en la cama con una mano aún en la cicatriz de la frente y la otra buscando en la oscuridad las gafas, que estaban sobre la mesita de noche. Al ponérselas, el dormitorio se convirtió en un lugar un poco más nítido, iluminado por una leve y brumosa luz anaranjada que se filtraba por las cortinas de la ventana desde la farola de la calle.

Observó a su hermana en silencio y volvió a tocarse la cicatriz. Aún le dolía. Encendió la lámpara que tenía a su lado y se levantó de la cama; cruzó el dormitorio, abrió el armario ropero y se miró en el espejo que había en el lado interno de la puerta, mientras Bella lo observaba calculadoramente desde la puerta. Un delgado muchacho de catorce años le devolvió la mirada a Harry con una expresión de desconcierto en los brillantes ojos verdes, que relucían bajo el enmarañado pelo negro. Examinó más de cerca la cicatriz en forma de rayo del reflejo. Parecía normal, pero seguía escociéndole.

Harry intentó recordar lo que soñaba antes de despertarse. Había sido tan real... Aparecían dos personas a las que conocía, y otra a la que no. Se concentró todo lo que pudo, frunciendo el entrecejo, tratando de recordar...

Vislumbró la oscura imagen de una estancia en penumbra. Había una serpiente sobre una alfombra... un hombre pequeño llamado Peter y apodado Colagusano... y una voz fría y aguda... la voz de lord Voldemort. Sólo con pensarlo, Harry sintió como si un cubito de hielo se le hubiera deslizado por la garganta hasta el estómago.

Se estremeció.

—¿Otro sueño?

Harry abrió los ojos y vio a su hermana, caminando hasta la mesita de noche. Dejó allí el vaso con agua y luego se acercó a Harry.

—Sí.

—¿Voldemort de nuevo?

—Sí.

—Qué ganas de complicarle la vida a todo el mundo. ¿No tendrá otro hobby que no sea ser un mago tenebroso?

Harry le sonrió. Cómo siempre, su hermana había logrado subirle un poco el ánimo.

—¿Cómo se veía?

Harry apretó los ojos con fuerza e intentó recordar qué aspecto tenía lord Voldemort, pero no pudo, porque en el momento en que la butaca giró y él, Harry, lo vio sentado en ella, el espasmo de horror lo había despertado... ¿o había sido el dolor de la cicatriz?

—No lo sé. Pero también había un anciano.

—¿Quién era?

—No lo sé. Ya tengo claro que aparecía un hombre viejo: lo ví caer al suelo.

Las imágenes le llegaban a Harry de manera confusa. Se volvió a cubrir la cara con las manos e intentó representarse la estancia en penumbra, pero era tan difícil como tratar de que el agua recogida en el cuenco de las manos no se escurriera entre los dedos. Voldemort y Colagusano habían hablado sobre alguien a quien habían matado, aunque no podía recordar su nombre... y habían estado planeando un nuevo asesinato: el suyo, pero evitó mencionarle esto a Bella.

Harry apartó las manos de la cara, abrió los ojos y observó a su alrededor tratando de descubrir algo inusitado en su dormitorio. En realidad, había una cantidad extraordinaria de cosas inusitadas en él: a los pies de la cama de cada uno de los hermanos había un baúl grande de madera. El de su hermana estaba cerrado prolijamente, pero el de él estaba abierto, y dentro de él había un caldero, una escoba, una túnica negra y diversos libros de embrujos; los rollos de pergamino cubrían la parte de la mesa que dejaba libre dos jaulas grandes y vacías en las que normalmente descansaban Hedwig y Shadow, sus lechuzas. Una blanca como la nieve, la otra negra como la noche. En el suelo, junto a la cama, había un libro abierto que Bella había estado leyendo seguramente. Todas las fotos del libro se movían. Hombres vestidos con túnicas de color naranja brillante y montados en escobas voladoras entraban y salían de la foto a toda velocidad, arrojándose unos a otros una pelota roja.

IV. El Cáliz de Fuego | La Historia de los PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora