𝐗𝐈𝐈𝐈. 𝑶𝒋𝒐𝒍𝒐𝒄𝒐 𝐌𝐨𝐨𝐝𝐲

4 0 0
                                    

A la mañana siguiente la tormenta se había ido a otra parte, aunque el techo del Gran Comedor seguía teniendo un aspecto muy triste. Durante el desayuno, unas nubes enormes del color gris del peltre se arremolinaban sobre las cabezas de los alumnos, mientras Harry, Ron y Hermione examinaban sus nuevos horarios. Unos asientos más allá, Fred, George y Lee Jordan discutían métodos mágicos de envejecerse y engañar al juez para poder participar en el Torneo de los tres magos.

—Miren —Bella les interrumpió la conversación al mismo tiempo que levantaba la mirada de su horario—, está todo bien, mientras ninguno de los tres se muera. Porque ahí, los mato yo también por idiotas.

Fred, George y Lee rieron.

—Hoy no está mal: fuera toda la mañana —dijo Ron pasando el dedo por la columna del lunes de su horario—. Herbología con los de Hufflepuff y Cuidado de Criaturas Mágicas... ¡Maldita sea!, seguimos teniéndola con los de Slytherin...

—Y esta tarde dos horas de Adivinación —gruñó Harry, observando el horario. Adivinación era su materia menos apreciada, aparte de Pociones. La profesora Trelawney siempre estaba prediciendo la muerte de Harry, cosa que a él no le hacía ni pizca de gracia.

—Tendrían que haber abandonado esa asignatura como hicimos Bella y yo —dijo Hermione con énfasis, untando mantequilla en la tostada—. De esa manera estudiarían algo sensato como Aritmancia.

—Estás volviendo a comer, según veo —dijo Ron, mirando a Hermione y las generosas cantidades de mermelada que añadía a su tostada, encima de la mantequilla.

—Ayer Bella me ha hecho entrar en razón. He llegado a la conclusión de que hay mejores medios de hacer campaña por los derechos de los elfos —repuso Hermione con altivez.

—Sí... y además tenías hambre —comentó Ron, sonriendo.

De repente oyeron sobre ellos un batir de alas, y un centenar de lechuzas entró volando a través de los ventanales abiertos. Llevaban el correo matutino. Instintivamente, Harry alzó la vista, pero no vio ni una mancha blanca entre la masa parda y gris. Las lechuzas volaron alrededor de las mesas, buscando a las personas a las que iban dirigidas las cartas y paquetes que transportaban. Un cárabo grande se acercó a Neville Longbottom y dejó caer un paquete sobre su regazo. A Neville casi siempre se le olvidaba algo. A Bella, una gran lechuza color crema le entregó una carta que, de acuerdo a las sospechas de Harry, debía de ser de Lupin.

Al otro lado del Gran Comedor, el búho de Draco Malfoy se posó sobre su hombro, llevándole lo que parecía su acostumbrado suplemento de dulces y pasteles procedentes de su casa. Tratando de olvidar el nudo en el estómago provocado por la desilusión, Harry volvió a sus gachas de avena. ¿Era posible que le hubiera sucedido algo a Hedwig y que Sirius no hubiera llegado a recibir la carta?

Sus preocupaciones le duraron todo el recorrido a través del embarrado camino que llevaba al Invernadero 3; pero, una vez en él, la profesora Sprout lo distrajo de ellas al mostrar a la clase las plantas más feas que Harry había visto nunca. Desde luego, no parecían tanto plantas como gruesas y negras babosas gigantes que salieran verticalmente de la tierra. Todas estaban algo retorcidas, y tenían una serie de bultos grandes y brillantes que parecían llenos de líquido.

—Son bubotubérculos —les dijo con énfasis la profesora Sprout—. Hay que exprimirlas, para recoger el pus...

—¿El qué? —preguntó Seamus Finnigan, con asco.

—El pus, Finnigan, el pus —dijo la profesora Sprout—. Es extremadamente útil, así que espero que no se pierda nada. Como decía, recogerán el pus en estas botellas. Tienen que ponerse los guantes de piel de dragón, porque el pus de un bubotubérculo puede tener efectos bastante molestos en la piel cuando no está diluido.

IV. El Cáliz de Fuego | La Historia de los PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora