𝐗𝐗𝐈𝐈𝐈. 𝐄𝐥 𝐁𝐚𝐢𝐥𝐞 𝐝𝐞 𝐍𝐚𝐯𝐢𝐝𝐚𝐝

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A pesar del sinfín de deberes que les habían puesto a los de cuarto para Navidad, a Harry no le apetecía ponerse a trabajar al final del trimestre, y se pasó la primera semana de vacaciones disfrutando todo lo posible con sus compañeros. La torre de Gryffindor seguía casi tan llena como durante el trimestre, y parecía más pequeña, porque sus ocupantes armaban mucho más jaleo aquellos días. Fred y George habían cosechado un gran éxito con sus galletas de canarios, y durante los dos primeros días de vacaciones la gente iba dejando plumas por todas partes. No tuvo que pasar mucho tiempo, sin embargo, para que los de Gryffindor aprendieran a tratar con muchísima cautela cualquier cosa de comer que les ofrecieran los demás, por si había una galleta de canarios oculta, y George le confesó a Harry que estaban desarrollando un nuevo invento. Harry decidió no aceptar nunca de ellos ni una pipa de girasol. No se le olvidaba lo de Dudley y el caramelo longuilinguo.

En aquel momento nevaba copiosamente en el castillo y sus alrededores. El carruaje de Beauxbatons, de color azul claro, parecía una calabaza enorme, helada y cubierta de escarcha, junto a la cabaña de Hagrid, que a su lado era como una casita de chocolate con azúcar glasé por encima, en tanto que el barco de Durmstrang tenía las portillas heladas y los mástiles cubiertos de escarcha. Abajo, en las cocinas, los elfos domésticos se superaban a sí mismos con guisos calientes y sabrosos, y postres muy ricos. La única que encontraba algo de lo cual quejarse era Fleur Delacour.

—Toda esta comida de «Hogwag» es demasiado pesada —la oyeron decir una noche en que salían tras ella del Gran Comedor (Ron se ocultaba detrás de Harry, para que Fleur no lo viera)—. ¡No voy a «podeg lusig» la túnica!

—¡Ah, qué tragedia! —se burló Hermione cuando Fleur salía al vestíbulo—. Vaya ínfulas, ¿eh?

—¿Con quién vas a ir al baile, Hermione?

Ron le hacía aquella pregunta en los momentos más inesperados para ver si, al pillarla por sorpresa, conseguía que le contestara. Sin embargo, Hermione no hacía más que mirarlo con el entrecejo fruncido y responder:

—No te lo digo. Te reirías de mí.

—¿Bromeas, Weasley? —dijo Malfoy tras ellos—. ¡No me dirás que ha conseguido pareja para el baile! ¿La sangre sucia de los dientes largos?

Harry y Ron se dieron la vuelta bruscamente, pero Hermione saludó a alguien detrás de Malfoy:

—¡Hola, profesor Moody!

Malfoy palideció y retrocedió de un salto, buscándolo con la mirada, pero Moody estaba todavía sentado a la mesa de los profesores, terminándose el guiso.

—Eres un huroncito nervioso, ¿eh, Malfoy? —dijo Hermione mordazmente, y ella, Harry, Bella y Ron empezaron a subir por la escalinata de mármol riéndose con ganas.

—Hermione —exclamó de repente Ron, sorprendido—, tus dientes...

—¿Qué les pasa?

—Bueno, que son diferentes... Lo acabo de notar.

—Claro que lo son. ¿Esperabas que siguiera con los colmillos que me puso Malfoy?

—No, lo que quiero decir es que son diferentes de como eran antes de la maldición de Malfoy. Están rectos y... de tamaño normal.

Hermione les dirigió de repente una sonrisa maliciosa, y Harry también se dio cuenta: aquélla era una sonrisa muy distinta de la de antes.

—Bueno... cuando fui a que me los encogiera la señora Pomfrey, me puso delante un espejo y me pidió que dijera «ya» cuando hubieran vuelto a su tamaño anterior —explicó—, y simplemente la dejé que siguiera un poco. —Sonrió más aún—. A mis padres no les va a gustar. Llevo años intentando convencerlos de que me dejaran disminuirlos, pero se empeñaban en que siguiera con el aparato. Ya saben que son dentistas, y piensan que los dientes y la magia no deberían... ¡Miren!, ¡ha vuelto Pigwidgeon!

IV. El Cáliz de Fuego | La Historia de los PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora