Cuando se levantó el domingo por la mañana, Harry puso tan poca atención al vestirse que tardó un rato en darse cuenta de que estaba intentando meter un pie en el sombrero en vez de hacerlo en el calcetín. Cuando por fin se hubo puesto todas las prendas en las partes correctas del cuerpo, salió aprisa para buscar a Bella y Hermione, y las encontró en la mesa de Gryffindor del Gran Comedor, desayunando con Ginny. Demasiado intranquilo para comer, Harry aguardó a que Hermione se tomara la última cucharada de gachas de avena y se las llevó fuera para dar otro paseo con ellas. En los terrenos del colegio, mientras bordeaban el lago, Harry les contó todo lo de los dragones y lo que le había dicho Sirius.
Aunque Hermione estaba muy asustada por las advertencias de Sirius sobre Karkarov, Bella pensó que el problema más acuciante eran los dragones.
—Primero vamos a intentar que el martes por la tarde sigas vivo, y luego ya nos preocuparemos por Karkarov.
Dieron tres vueltas al lago, pensando cuál sería el encantamiento con el que se podría someter a un dragón, porque Bella no lo recordaba. Pero, como no se les ocurrió nada, fueron a la biblioteca. Harry tomó todo lo que vio sobre dragones, y se pusieron a buscar entre la alta pila de libros.
—«Embrujos para cortarles las uñas... Cómo curar la podredumbre de las escamas...» Esto no nos sirve: es para chiflados como Hagrid que lo que quieren es cuidarlos...
—¡Hey! —Bella, ofendida, le golpeó el hombro.
—«Es extremadamente difícil matar a un dragón debido a la antigua magia que imbuye su gruesa piel, que nada excepto los encantamientos más fuertes puede penetrar...» —leyó Hermione—. ¡Pero Sirius dijo que había uno sencillo que valdría!
—Busquemos pues en los libros de encantamientos sencillos... —dijo Bella, apartando a un lado el Libro del amante de los dragones y dejándolo con los de ella.
Volvió a la mesa con una pila de libros de hechizos y comenzó a hojearlos uno tras otro. A su lado, Hermione cuchicheaba sin parar:
—Bueno, están los encantamientos permutadores... pero ¿para qué cambiarlos? A menos que le cambiaras los colmillos en gominolas o algo así, porque eso lo haría menos peligroso...
—El problema es que, como decía el otro libro, no es fácil penetrar la piel del dragón —dijo Bella, pasando los ojos por las páginas —. Lo mejor sería transformarlo, pero, algo tan grande...
—No tiene ninguna posibilidad: dudo incluso que la profesora McGonagall fuera capaz... Pero tal vez podrías encantarte tú mismo. Tal vez para adquirir más poderes. Claro que no son hechizos sencillos, y no los hemos visto en clase; sólo los conozco por haber hecho algunos ejercicios preparatorios para el TIMO...
—Chicas —pidió Harry, exasperado—, ¿quieren callarse un momento, por favor? Trato de concentrarme.
Pero lo único que ocurrió cuando Bella y Hermione se callaron fue que el cerebro de Harry se llenó de una especie de zumbido que tampoco lo dejaba concentrarse. Recorrió sin esperanzas el índice del libro Maleficios básicos para el hombre ocupado y fastidiado: arranque de cabellera instantáneo —pero los dragones ni siquiera tienen pelo, se dijo—, aliento de pimienta —eso seguramente sería echar más leña al fuego—, lengua de cuerno —precisamente lo que necesitaba: darle al dragón una nueva arma...
—¡Oh, no!, aquí vuelve. ¿Por qué no puede leer en su barquito? —dijo Hermione irritada cuando Viktor Krum entró con su andar desgarbado, les dirigió una hosca mirada y se sentó en un distante rincón con una pila de libros—. Vamos, chicos, volvamos a la sala común... El club de fans llegará dentro de un momento y no pararán de cotorrear...
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IV. El Cáliz de Fuego | La Historia de los Potter
FanfictionTras otro abominable verano con los Dursley, Harry y Bella se disponen a iniciar el cuarto curso en Hogwarts, la famosa escuela de magia y hechicería. A sus catorce años, a Harry y Bella les gustaría ser dos jóvenes magos como los demás y dedicarse...