Capítulo 10

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Ese día recuerdo no haber podido dormir nada en absoluto, solo lloraba y lloraba, recordando todo, sintiéndome presa y muy culpable.

Ya ha pasado un mes desde mi secuestro, y he tenido varios encuentros con Alek, al igual que con su familia.

Pero vamos, es mejor mostrarles lo interesante.

Un mes atras...

Estamos todos frente a nuestras sillas, algunos me miran con curiosidad, otros con odio, como por ejemplo Alessandra.

—Ella es Isis. —me presenta. —Mi mujer. —aquí va otra vez.

Todos me miran en silencio, observándose entre sí.

—Siéntate, ya podemos comenzar con la comida. —me mira, sonriéndome, claro que no compartimos la misma felicidad.

Todos deslizan la silla para poder sentarse, mientras que él lo hace por mí, para después sentarse.

Después de ese incomodo almuerzo una señora —quien creo que es la madre de mi secuestrador— pide hablar conmigo.

Accedo, supongo que no tengo nada que temer.

—Supongo que debes ser Isis. —me sonríe. —Eres muy bonita. —Hace una pequeña pausa para suspirar. —Lamento las circunstancias en las que estás aquí. No es la forma, y Alek lo sabe —con que Alek es su nombre. —Es solo que... está cegado, se obsesionó con tenerte, y no se va a detener hasta que lo logré, querida. —sonríe con lastima.

—No entiendo, ¿él me conoce? —pregunto.

—Cuando era pequeño, querida. —suspira. —Tu padre vendía armas a mi ex marido, y era costumbre que Alek lo acompañara, pero un día todo cambió. Cuando te vio se flechó profundamente, Isis, solo tenía unos pocos años, nunca nadie más llamó su atención de esa forma. Eres la única mujer que él quiere y querrá el resto de su vida. No sé si logres entenderlo. —dice,

Ahora todo cobra sentido.

—Sé que ahora puede parecerte un monstruo, lo entiendo, pero quiero que sepas que él no planea hacerte daño. Puede llegar a ser muy dulce cuando quiere, pero para eso tienes que darle una oportunidad. De todas formas gracias por escucharme, linda. —sonríe. ¿Se supone que es mi suegra?

Cuando la escucho no puedo parar de pensar en mi madre, a la que era antes de casarse con ese imbécil, esa mujer dulce y tierna que siempre estaba ahí para mí.

Suspiro.

—No se preocupe, señora. —ella me interrumpe.

—Dime Andrea, cielo, estaré para lo que sea que necesites. Si me permites, necesito hacer algo. —acaricia mi pelo levemente y se retira, dejándome sola en un pasillo el cual desconozco.

Me quedé ahí por un par de minutos, mirando hacía todos lados, tratando de descifrar el camino a mi habitación.

—¿Estás perdida ricitos de oro? —pregunta aquella voz que conozco.

—¿Qué haces aquí? —hablo con el tono más serio que puedo poner.

—Es mi casa, ¿por qué no habría de estarlo? —sonríe con complicidad.

—No te hagas el chistoso, Alek. —él sigue sonriendo, a pesar de mi regaño.

—Con qué sabes mi nombre, que grata sorpresa Isis, me alegra. —da un trago al vaso que tiene en sus manos.

—¿Qué quieres? —pregunto. —por amor de dios, déjame ir. —pido.

—¿No lo has entendido, principessa? Eres mi mujer. De esto no hay escapatoria, cielo.

EfímeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora