Capítulo 3

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Alek Ferreti. 

― ¿Sabes? Si fuera tu dejaría de intentarlo con esa chica, se ve que es testaruda. ―Me aconsejo el idiota del novio de mi hermana, y también mi mano derecha.

―Cállate, no te metas donde no te llaman. ―ni siquiera lo mire, simplemente me conforme con seguir tecleando.

Pero había algo que no podía negar.

Estaba harto, todo esto estaba siendo bastante más complicado de lo planeado.

Pero vamos, su vida era aún más complicada que la mía, aunque no lo pareciera.

¿Qué haría yo si mi padre me vendiera a unos criminales?

Omitiendo el hecho de que no tengo padre, sería muy complicado para mí.

Pero bueno, así es la vida, ¿no? No toda la gente que nos rodea es buena, y mucho menos nuestra propia sangre, por eso, entre en menos gente confíes es menos posible que te traicionen.

Miro mi alrededor, una pila de papeles me espera a mi lado, sumando los correos que tengo pendientes, y demoraría bastantes horas, así que, qué mejor que iniciar de una vez.

...

Ya pasaban de las 10, y no tenía intención de quedarme aquí, ni mucho menos de seguir trabajando.

Uno de mis investigadores me había informado que mi preciosa ricitos de oro había salido de fiesta a un club, y pensé, ¿Por qué no hacerle compañía?

Así la cuidaría yo mismo de que nadie se le acercara a un par de metros de distancia, sobre todo esos molestos e insensatos hombres de mi especie, pero que no me llegan ni a los tobillos.

Me levanto de aquel sillón para arreglarme un poco el pelo, me veo en el espejo, y joder, hasta yo me enamoraría de mí mismo.

Salgo de la oficina, despreocupado voy hasta la salida, donde me esperan unas 3 camionetas blindadas con los vidrios polarizados y también un par de motos.

Todos saben el plan.

Muchos me quieren muerto, por tanto, no puedo salir por la calle, así como así, necesito gente que cuide mis espaldas.

En cuanto subo al auto todos empiezan a subir a sus camionetas, preparados para seguirme hasta donde sea que yo vaya.

Pongo en marcha la camioneta, el motor empieza a rugir y empiezo a avanzar sin mirar atrás, no necesito hacerlo, de todas formas, sé que están ahí y estarán ahí hasta que mueran.

El club al que me dirijo no está a más de 15 minutos de distancia, así que conduzco con calma, con la ventana abajo, y una mano por fuera del auto, mientras con el otro giro el volante cuando es necesario.

Miro por el espejo del auto, viendo a 2 camionetas y varias motos siguiéndome, lo que es costumbre.

Suspiro.

A veces es molesto no poder salir solo, o tener a alguien siempre atento a todos mis movimientos, pero, a pesar de todo, este es mi legado, y no puedo cambiarlo.

Es mi destino, y lo único que puedo hacer es aceptarlo.

En menos de 10 minutos después ya estábamos ahí, estacione la camioneta y baje, viendo a mi gente acercarse.

― ¿Traes lo que te ordene? ―pregunto a uno de ellos.

―Sí, señor. Está en el auto.

―Cuando yo se los ordene lo bajaran del auto y le encargaron a un empleado del club que se lo entregue, ¿me entendieron? ―pregunto.

EfímeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora