Capítulo 1: Cómo detectar a un mentiroso.

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—Mierda, mierda y más mierda. —corro por las calles

El cielo está cubierto, siendo adornado por esas esponjosas nubes grises repletas de agua por derramar, ocultando al tan lindo celeste que suele estar presente allí arriba.

La corriente de viento que se forma provoca que mis huesos duelan por el frío que siento, aun cuando tengo un abrigo afelpado puesto.

Quizá para los demás 6° grados no sea mucho frío, pero para mí, que he vivido toda mi vida en lugares en el que predomina bastante el calor, es un frío que ni te imaginas, combinado con que soy bastante friolenta.

Bueno, que se puede esperar, viví en Brazil la mitad de mi vida, donde vivía con mi madre y mi padrastro, Jose, quien era un hombre jodidamente desagradable de piel morena, ojos castaños, pelo achinado y un carácter que nadie podría soportar —excepto mi madre, claro—

El hombre es un adicto a las apuestas, de esas adiciones que no te permiten pensar en otra cosa. Si, así es él, un hijo de puta.

Sin contar que desde el primer momento me odia, un odio injustificado claro está, pero que es recíproco.

En fin, el punto es que aquí hace frío, estamos en temporada de invierno, la etapa del año que más odio, por cierto.

Diciembre, uno de los meses que mucha gente ama, pero yo detesto por el simple hecho de que mis padres nunca están en casa para navidad o fin de año, ni nunca lo estarán por el simple hecho de que no les importa en lo absoluto.

Cuando vivía en Brazil mi madre trabajaba de domingo a domingo hasta tarde solo para mantener la casa, y le daba la mitad de su sueldo a Jose, quien se lo gastaba en cuestión de segundos por su maldito vicio.

Por otro lado, mi padre es dueño de una empresa bastante conocida aquí en California, y digamos que tiene... una obsesión poco sana por esta empresa, trabaja hasta altas horas de la noche, y se va en la mañana, temprano, antes de que yo despierte.

Y esto no cambia nunca, para navidad solo deja los regalos y espera a que los abra, pero en realidad nunca está para asegurarse de que los he abierto, perfectamente podría tirar todo a la basura y él no se daría cuenta.

Para Año Nuevo nunca está aquí, simplemente he pasado los últimos años nuevos de mi vida sola, en mi habitación, llorando por la ausencia de alguien.

Suspiro, volviendo al presente.

Me detengo en la entrada de aquella gran universidad a la que ingrese este año. Stanford, la universidad con la que siempre he soñado esta frente a mí, saludándome, con sus puertas abiertas para recibirme.

Mis nervios se disparan, hay gente entrando y yo solo me quedo quieta en la entrada, admirando la grandeza de este lugar que grita "riqueza" por todos los lados posibles.

Claro que este es mi tercer año de carrera, pero siempre me gusta quedarme a adorar lo que tengo y he ganado a raíz de mi esfuerzo, mis estudios, en todas las universidades en las que he estado, 3 por el momento, 1 año en cada universidad.

Estoy tan absorta en mis pensamientos, que cuando vuelvo a retomar la consciencia estoy en el piso, y un chico está frente a mí, ofreciéndome su mano, la cual yo tomo para poder levantarme.

—Lo lamentó, estaba distraído. —dice, con sus ojos achinados debido a la sonrisa nerviosa que me da.

—Está bien, no hay problema. —respondo, tratando de irme del lugar. Honestamente, vine aquí a estudiar, y no me interesa tener más amigos de los que ya tengo, mi círculo social es cerrado, y prefiero conservarlo así.

EfímeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora