Capítulo 22. Ana

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La angustia terminó.

El problema de la empresa, la hipoteca, el compromiso falso, todo terminó. Ahora solo queda un vacío.

Me enderezo en la cama apartando las sábanas de satín en color verde y el aire fresco del día me eriza la piel de los brazos. Desde que me dieron de alta del hospital hace dos días, no he tenido ánimo de levantarme.

Hoy no es diferente.

Sé que papá está en la habitación de invitados en el piso de arriba porque Christian se negó a dejarnos volver a Portland. Insistió en que lo mejor para mí era estar aquí y nos trajo a ambos a su ático.

—¿Señorita Steele? —la ama de llaves asoma la cabeza por la puerta—. ¿Le ofrezco un té?

Niego suavemente con la cabeza.

He perdido el apetito, el sueño, el interés de salir de esta cama y de cualquier otra cosa. Solo el dolor en mi pecho persiste para recordarme todo lo que perdí.

—Señorita Steele, Ana... —sus ojos azules y amables—. No has tomado nada desde esta mañana, ¿Por favor?

Me veo obligada a aceptar solo para tranquilizarla porque tiene razón, bebí ese sorbo de té cuando tomé las vitaminas que el doctor me mandó para hacer mi recuperación más rápida.

La señora Jones sale de la habitación con una pequeña sonrisa, luego papá entra con las manos en los bolsillos.

—¿Cómo te sientes?

Me obligo a sonreírle.

—Mejor, papá. ¿Y tú cómo estás?

Encoge los hombros con indiferencia pero sé que está preocupado por lo del incendio, incluso trató de mantenerlo en secreto de mí, como si no pudiera escuchar a Christian hablar por teléfono cuando cree que estoy dormida.

—Lo único que me interesa es que estés bien. ¿Necesitas algo? ¿Quieres que traiga de contrabando una big Mac con queso y tocino?

—Tal vez mañana. —me río, dudo que la señora Jones o Christian lo permitan—. Pero me gustaría un poco de calor aquí, ¿Podrías encender el fuego?

Papá parece un hombre con una misión cuando sale de la habitación y vuelve minutos después para avisarme que encendió la chimenea de la sala. Le agradezco, pero no hago ningún intento de salir de la cama.

Me bebo el té caliente, dejando que el calor me entumezca de nuevo mientras el sol se oculta entre los rascacielos de Seattle. No me gusta la sensación de asfixia que me produce, así que me deslizo dentro de una bata de baño oscura de Christian y me levanto.

Mis piernas temblorosas me llevan hacia la puerta corrediza del balcón y la dejo abierta, luego me siento en la silla a mirar el horizonte.

Lo próximo que sé es que los pasos pesados de Christian se acercan y giro para mirarlo quitarse el saco.

—Lo siento, nena. Alexander tenía algunos pendientes y... —se detiene cuando me ve en el balcón y baja las manos—. ¿Qué haces ahí afuera?

—Pienso.

Puedo ver la tensión en sus hombros y brazos rígidos antes de que se acerque con pasos lentos.

—¿Alguna razón por la cual no puedas pensar en la seguridad de la habitación? —sus pasos son cautelosos—. Ven aquí para que podamos hablar.

¿Hablar?

No hay nada de que hablar cuando mi vida es un desastre. Me resistí a la idea de ser madre tan joven, pero después de pensarlo mejor, me ilusioné.

Luego Elliot me lo quitó todo.

Me aferro a la bata con fuerza mientras Christian se acerca, se detiene junto a la barandilla y me mira como si fuera algún animal salvaje. O peor aún, como si midiera mis reacciones.

—¿Qué haces? ¿Crees que quiero lanzarme del balcón?

Su ceño se frunce pero no se aparta.

—¿Lo quieres? —otro pequeño paso más cerca—. Preferiría que fuéramos adentro, Ana.

Me levanto de la silla manteniendo mis ojos en el horizonte, cierro la bata con más fuerza y lo miro. Estoy preocupándome de que se lance hacia mi y ocasione un accidente.

—¿Y de qué quieres hablar exactamente? —retomo su conversación anterior, acercándome a las puertas.

—De muchas cosas. —siento su mano apoyarse en mi espalda baja mientras me empuja—. Como una casa de un solo piso con césped suave debajo de las ventanas. —murmura bajito—. Y de la compensación que recibirán por Diseños Steele.

Eso atrae mi atención y me giro, justo antes de volver a la cama y a esas suaves sábanas.

—Pensé que no había quedado nada del incendio.

—Se consumió todo, —confirma—. Diseños Steele como lo conoces, ya no existe.

Es inevitable, mis hombros caen con la decepción y el vacío crece un poco más. Cuando vuelvo a mirar al hombre de los ojos grises, él sonríe como si hubiera logrado acabar con la hambruna del mundo.

—¿Y eso te hace feliz?

—Si. —toma mis manos en las suyas—. Todo lo que Elliot jodió con sus malas decisiones ya no existe. Lo que también quiere decir que tu padre está a salvo y que ahora nada me impide convertirte en la señora Grey.

¿Señora Grey?

—Pero es muy pronto, y los medios jamás olvidarán que yo...

—No me importa lo que esos malditos intrusos digan, eres mía. Solo esperaremos a que pase el periodo de luto, pero está pasando, nena.

Oh.

—No hay razón para apresurarnos, Christian. El bebé...

—Lo sé. —me estrecha en sus brazos—. Lo perdimos pero ahora estaremos preparados para hacer las cosas bien y, quién sabe, podríamos estar listos para una familia grande en el futuro.

¿Futuro? ¿Familia?

El vacío en mi pecho se ve reemplazado por una calidez y una pequeña chispa de esperanza que necesitaba.

Cuando Elliot me lo arrebató todo, Christian me lo devolvió.

Mi vida, mi amor, mi futuro. Diferentes caras de una moneda, así como estos dos hombres con el mismo apellido.

Deja un beso rápido en mis labios y me guía a la cama para que me acueste, pero esta vez se desliza a mi lado y me abraza.

—Duerme, nena. Todo estará bien, lo prometo. Y sabes que yo siempre cumplo mis promesas.

—Lo sé, Christian.

Lo sé.

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Actualización nueva. 🙌

El Otro Grey (Versión Fanfic)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora