La competencia

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El viento golpeaba su rostro con violencia. El suelo, cada vez más cerca de él, parecía ser un viejo amigo invitándolo a descansar, relajarse y olvidarse de todos sus problemas. La sensación de vértigo y muerte inminente nunca se habían sentido tan bien. Si tan sólo pudiera estar así más tiempo.

No sabía si llevaba cayendo minutos, horas o días, pero todo acabaría en cualquier momento. Él lo sabía muy bien. Las montañas, cada vez más grandes, eran prueba de ello.

Sólo un poco más, Pensó Simon, Sólo un poco más y todo habrá acabado.

Y de pronto, sin previo aviso, los ojos del castaño se abrieron y despertó de ese hermoso sueño. Ya no estaba cayendo, a escasos metros del suelo, estaba sobre su cama, en la misma habitación que Marceline y Maga  Cazadora. Y sus problemas estaban lejos de acabar, tal vez sólo seguían empezando.

Todavía recordaba todos los problemas por los que tuvieron que pasar para llegar hasta una posada, en los dominios de Princesa Desayuno. Habían caminado kilómetros y Kilómetros, durante casi una semana, alimentándose de peces y algunos conejos salvajes. Al menos Maga Cazadora y Simon, ya que Marceline había logrado sobrevivir con el rojo de las manzanas que se encontraba en los árboles.

Marceline nunca perdió la oportunidad para restregarle en cara a la cazadora que no dependía de fogatas o cazar animales para sobrevivir, cada vez que esta fallaba al intentar dar caza a algún venado o conejo salvaje. Y Maga Cazadora nunca perdía la ocasión de vengarse, lanzando flechas que casi atinaban a la cabeza de Simon, sólo para hacer enojar a la reina de los vampiros. La cazadora siempre solía disculparse, diciendo que la herida en la cabeza la hacía perder el control de sus flechas.

Otras veces Simon se daría a la tarea de evitar que las dos se mataran mutuamente, poniéndose en medio de ambas e intentando razonar con ellas. Eran estas veces en las que su vida corría peligro extremo. Las garras de Marceline lo habían alcanzado tantas veces que poco a poco su chaqueta de cuero negro ya no tenía la manga izquierda y la derecha apenas y quedaba colgando de su brazo.

Simon se sentía como un vagabundo.

Y estaban las flechas y rayos de energía de la Maga cazadora, nunca llegó a creer que la carne de humano oliera tan bien hasta que la cazadora casi lo fríe por completo. Su chaqueta y pantalón se habían llenado de agujeros. Simon se hubiera cambiado de ropa, pero habían sido destruidas el día en que se habían encontrado con la cazadora o las había utilizado para vendar la cabeza de esta última.

—Mira lo que me hiciste hacer —dijo Marceline en una ocasión, cuando le hizo un corte largo al brazo izquierdo de Simon— te voy a…

—No fue nada, Marcy —había interrumpido Simon, perdiendo la cuenta de cuantas veces su vida corrió peligro ese día— puedo vendarme con lo que queda de mi camisa.

—Te lo digo, mago, esto no pasaría si fuéramos solos tú y yo a la ciudad de los magos —dijo Maga Cazadora, preparando una docena de flechas que rodearon a Marceline— Todavía estamos a tiempo. Sólo dilo y clavaré hasta la última flecha en ella.

—¿A salvo? —Preguntó la reina de los vampiros con incredulidad— Si estamos en esta situación es por tu culpa ¿O ya olvidaste quien intentó matar a quien primero?

—Ya te dije que fue un accidente, pensé que él era tu esclavo —mintió— Yo sólo quería liberarlo —Maga cazadora sólo tenía que apartar al castaño y apuntar al corazón o al cuello de la pelinegra y pondría fin a la discusión— Ven conmigo, juntos podemos llegar en dos semanas a pie a la ciudad de los magos—y empezó a halar del brazo derecho de Simon.

—El reino desayuno queda a unos días de aquí —Marceline tomó el brazo izquierdo de Simon— ¿Y qué te hace creer que estará seguro contigo? Si no fueras tan testaruda, hace mucho que hubiéramos llegado volando, montón de hojas cecas.

El Fin De La Maldición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora