En los pasillos de la gran mansión Astonville, los sonidos de los pasos en trote de un jovencito de unos diecisiete años resuenan por todas las paredes. Su desesperado trote no era cosa nueva, ya sabían a dónde se dirigía. Los encargados de limpieza y mantenimiento de la casona lo veían con preocupación dado que el chico tomaba rumbo a la biblioteca mayor situada en el ala oeste del recinto.
Estaba yendo dónde, si llegaba tarde, firmaba su sentencia de muerte. O al menos así lo expresaba él, ya que todos conocen a su "jefe" y saben que simplemente le regañará y a lo sumo le llamaría la atención. Pero el chico de pelos dorados en su sentido de lealtad, entiende que es inaudito que su superior lo esté esperando más del tiempo debido para seguir con las tareas del día.
—¡Astreldom! —sus pelos se erizaron al oír su apellido ser pronunciado por el secretario del jefe de la familia, Rowan Patrick— No corra en los pasillos por favor.
Por inercia dejó de trotar y comenzó a caminar rápido mientras se alejaba de la oficina del anterior y se dirigía a él entre jadeos: —Días como hoy son los que lo tienen de mal humor y si se entera dónde estuve me matará.
Patrick suspiró, no había quien lo detuviera pero también sabía de las posibles consecuencias con el mal humor del hijo más joven de los Astonville. Por lo qué, tan pronto como fue dejado atrás, el jovencito había comenzado a correr con todas sus fuerzas por los pasillos de la Casa Astonville. Tan pronto como llegó al sitio abrió las puertas en su extensión.
—¡Aquí estoy! —cerró los ojos con fuerza.
Frente a él no había nadie. Los escritorios y sofás estaban completamente vacíos, lo mismo el fondo de la biblioteca. Ringo, el chico de pelos dorados dejó salir un soplido de alivio al no ver a nadie aquí por lo que intuyó qué, aún no habría vuelto. Sin embargo, esas fueron solo suposiciones; un escalofrío le recorrió toda la espalda y descubrió la verdad mirando hacia arriba a la primera planta con las estanterías.
Su presencia abrumadora era impresionante, imponente. Desde el balcón de la primer planta lo observaba con un cierto grado de irritación y fastidio. Sus ojos verdes examinaba con desdén al menudo chico rubio, a no malinterpretar, él sabía qué había pasado y la razón por la que su subordinado vino corriendo, pero tiene un problema, no puede disimular sus expresiones...
—Tarde, Ringo —pronunció con solemnidad y el susodicho suspiró un tanto más tranquilo por la reacción de su superior. Sin embargo, el alivio duró poco—. Ya me enteré que estuviste en el patio de entrenamiento.
—¡Juro por mi vida que fui arrastrado por Louis y Frédéric, yo no quería! —se arrodilló frente al balcón en súplica—. He manchado su honor-
—Por Selene, qué exagerado que eres —el pelinegro usó su teletransporte de corta distancia para acercarse al asustado chico quien ya tenía lágrimas en sus ojos—. No te voy a matar, ni mucho menos castigar; sólo comenté que te veías muy entretenido —alzó sus hombros y adoptó una posición erguida la cual tomaba una distancia en altura con respecto al chico más joven, y, sonrió socarrón—. Te estaba molestando bobo, sabes bien que me molesta que andes por ahí holgazaneando cuando Calum no está y más en los días de trabajo. De todos modos era tu descanso así que es válido.
—¡Ruego por mi vida!-
—¡Ringo! —alzó la voz y el chico lo miró— olvidemos este asunto y manos a la obra.
El pequeño rubio lo miró y asintió para subir las escaleras hacia las estanterías de la primera planta. El pelinegro se desperezó, abriendo sus brazos en toda su extensión y arqueando su espalda. Frotó sus ojos y pasó su mano por su pelo hacia atrás. Sacudió levemente su cabeza y miró de sopetón hacia el vitral de la ventana en la primera planta. Ello encendió sus alarmas internas, creyó... oír algo.
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AIDAN || Crónicas De Aston I || ©
FantasíaTRILOGÍA - Crónicas de Aston - Primera parte Aidan es la encarnación del Sol y la Luna, un mago imbatible con un talento natural. Hana es la cálida tarde de primavera, que se mece sobre el mundo. En un mundo donde la magia lunar y solar se entrela...