Prólogo: islas sabias 120 años antes...

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El aire pareció condensarse en el mundo, las islas en el mar imperial de Angea permanecían expectantes a lo que ocurría al este del continente, las torres de cristal elevadas entre arcos de oro se extendían entre puentes elevados en medio del mar guardando silencio, mientras la luz por los extensos vidrios calentaban los avejentados cuerpos de los sabios, seres de antaño que podían vivir más de novecientos años, que además, estaban presenciando uno de los momentos más inquietantes de sus largas vidas, la vieja raza buscaba alguna respuesta de lo que ocurría allá afuera. El Obad, líder de los sabios con casi un millón de años, observaba la mañana desde su alcoba en una de las torres, con ojos grises casi tapados por las arrugas y un peinado trenzado de su cabello blanco, descifraba alguna respuesta en el sol, pero nada le decía, inquieto suspiraba cerrando los ojos, rogando por la victoria. Sintió su cuerpo erizarse bajo su manto colgante y cálido antes de que unos golpecillos tocaran la puerta. 

-Adelante- permitió con su voz avejentada despejándose de sus pensamientos tormentosos. 

-Gran Obad- saludó respetuosamente uno de sus ayudantes, de cabello y barba blanca, con ojos bicolores y un diente dorado que resaltó con las luces del amanecer- os pido su presencia para que venga conmigo-.

-¿Qué noticias acontecen para sacarme de mi alcoba? -.

-El árbol de la magia- respondió, llamando la atención del Obad que no demoró en acercarse a su ayudante. 

-Vamos- ordenó, bajando largas escaleras en forma de caracol y brillantes por la luz entrante a lo largo de toda la torre que los acompañó hasta el primer piso perdiéndose en un amplio y largo pasillo con una alfombra extensa llena de dibujos bordados a mano con bordes dorados. Al llegar al final se encontraron con una puerta gruesa de madera tan antigua como el mismo Obad, barnizada y brillante, al entrar una gran biblioteca los envolvió, grandes pilares se elevaban manteniendo una cúpula de cristal que conectaba a los sabios con el cielo, los estantes de libros apenas se podían contar, pasillos de memoria y conocimiento, incluso sobresalientes que apenas entraban en las repisas que se alzaban tan altas como los pilares donde los viejos sabios solo podían llegar por escaleras. En medio de la gran biblioteca bajo el centro de la cúpula, un ancho agujero tallaba el suelo y un árbol sobresalía de el con sus ramas floridas. Por una escalera bordearon el árbol, bajando y encontrándose con varias cuevas iluminadas por antorchas presentando miles de pasillos llenos de papiros y antiguas historias del mundo. 

Al llegar al suelo, un riachuelo rodeaba el tronco del frondoso y milenario árbol rosado que además iluminaba el lugar, a los ojos del Obad era un compañero que había estado con él durante toda su vida y que además alimentaba a la raza de sabios con su magia, pero, algo extraño vio en él.

-¿Qué te ocurre?- le habló tocando sus flores que se veían secas, que al tacto caían y se convertían en polvo en el suelo donde otras yacían en forma de cenizas.

-¿Tendrá que ver con lo que ocurre en Vunwae?- consultó Ademor preocupado. 

El Obad ya inmediatamente había deparado en aquello, pues la guerra gestante en el continente podía ser culpable de lo que le ocurría a su compañera si los Yanayes fueron exterminados, probablemente pueda afectar al árbol de la magia, pero no entiendo por qué estaría perdiendo sus flores- exageró. 

-Los Yanayes eran la misma representación de la magia en este mundo, si ellos dejan de existir gran Obad, entonces quizás la magia se irá con ellos agregó con preocupación.

El Obad apenas crédulo de las palabras de su ayudante, podía ser la gran explicación razonable de lo que estaba ocurriendo, y al cabo de unos segundos mientras meditaban un sabio se incorporó desde las escaleras.

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