(Ⅰ) Silencios en la tormenta

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"I'll be your slaughterhouse, your killing floor, your morgue and final resting, walking around with this bullet inside me like the bullet was already there, like it's been waiting inside me the whole time."

- Wishbone, Richard Siken.

Se sabe por la oscuridad que proviene de las cortinas que pasa de la medianoche, y mientras las gotitas de lluvia golpean rítmicamente en su techo, ella da vueltas buscando posiciones que le concilien el sueño. En circunstancias normales, sería un arrullo reconfortante, sin embargo para ella es un ruido que se entremezcla con la tormenta de su mente. Es imposible dormir con tanto ruido.

Pasaron dos semanas de la última vez que había visto a Nathaniel, debajo de las sabanas visita en sus recuerdos una y otra vez su último encuentro llevado en esa mesa de cafetería escondida en los callejones, él dijo: "Estoy muy agradecido de que compartas tiempo conmigo, y adoro que lo hagas, pero necesito un tiempo a solas para pensar algunas cosas", mientras posaba sus manos en una taza que le quedaba pequeña. Fue lo último que retuvo, luego ensordeció sus oídos y se perdió en algún punto de su rostro. Sólo habían quedado sus labios vociferando, pero mudos para sí misma, y esa expresión que ya había visto tantas otras veces esos días, esa donde arruga sus cejas rubias y sus ojos se vuelven dos frascos de lamentos. Todo su discurso arrebató la calidez que sentía en ella cuando compartían el mismo espacio.
Intuía, por las pistas que él iba dejando, que había algo que merecía ser guardado bajo las llaves del silencio, algo que consumía su interior como un virus. No cualquiera lo habría notado, no con ese gran don de guardarse todas sus verdades para él mismo. Nathaniel no se había tragado tantas novelas policíacas en vano.
Pero Luna podía ver cada vez que él se disfrazaba de excusas. Sabía que podía comenzar a sospechar cuando él hablaba velozmente, como si necesitara expulsarlo rápido, o cuando no conectaba sus miradas, al contrario; se evitaban en lo posible, como si verse le quemara.

Siempre había sido arisco con sus secretos. Él era un acertijo que siempre que ella creía haber resuelto, se volvía a encontrar parada en el principio otra vez, quedándose con nada más que con su primitiva curiosidad.

¿Por qué podría llegar a guardar tanto silencio? Por la doctrina que llevaba su familia, se respondió. Sería en gran parte la culpa de ellos, quiénes forjaron a alguien tan quieto y sumiso, dándole vida al miedo que traga desde que pudo desarrollar consciencia, ese temor de dar un paso en falso y ser castigado, que todos noten sus cicatrices.
No, él no podía permitir que nadie lo sepa, él debía cubrir los crímenes de su familia para mantener el orden. Esa gran carga que asumió a tan corta edad debería de ser al menos el principio de la respuesta de ese gran manto de misterio que cubría su entero ser, porque él sólo era un niño cuando quiso medirse con la hegemonía que imponía su apellido.

En todos esos días en los que volvieron a encontrarse luego de años, ella pudo ver a su primer amor, pero también a ese niño atravesado de dolor que se escondía en el gran hombre que pasaba horas golpeando un saco de boxeo, flagelando sus falanges, su alma.

La gente comenzó a hablar, es lo que hacen cuando las preguntas sobrepasan la escasez de respuestas, nadie sabía nada de Nathaniel, entonces empezaron a suponer para llenar el silencio.

"Un chico que cursa con Alexy dice que lo vio en una juntada un poco turbia, frecuenta esos lugares donde sobran los vicios" "No sé... ya no nos vemos tan seguido como en el instituto, él cambió, sorprendentemente se volvió un irresponsable, nunca viene al Campus" "Luna, no seas boluda, sabes muy bien por qué no te conviene ese pibe" No. Ella sabía lo que todos sabían, nada. Y cuando le pidió una respuesta a tales habladurías, él dijo que se sentía a gusto con su compañía y esperaba que los inventos de la gente que le rondaban no rompan su recién naciente vínculo.

Gira a su lado izquierdo, sin abrir los ojos, rogando dormirse. Reparó en que en la mañana tendría una clase y en la tarde su turno en la cafetería, si no para de divagar, se va a quedar dormida sirviendo café.
Siente su interior arder, sus ojos escuecen, no hay una salida de ese laberinto, no sabe qué hacer para ayudarlo, en este momento ella es prisionera de una angustia, miles de pensamientos se cruzan en su mente, que viajan sin destino alguno, sin un fin que cometer, que solo están merodeando, como tal vez lo esté haciendo él por los callejones a esta hora.

Cuando la desesperación rozó su estado y finalmente entendió que esa noche no podría dormir, se dio otra vuelta, esta vez con dirección su mesita de luz y tomó su celular, lo prendió, los números grandes del reloj marcaban la una y media, entró a su chat automáticamente y leyó los últimos mensajes, eran suyos pidiéndole respuestas, eran bastantes y casi escondían los mensajes de Nathaniel, el último de él había sido dándole las buenas noches. Comenzó a escribir;

nath, necesito hablar con vos, no podes desaparecer del mundo de un día para otro y encima pretender que pueda seguir mi vida tan tranquila, pasaron dos semanas ¿estás bien? sabes que podes hablar conmigo

Los caracteres se iban borrando uno por uno, eso no había sido más que un manifiesto de sus pensamientos, es ella queriendo hacerse escuchar entre tanto silencio.
Decidió: no mandar más mensajes. Era lo mismo que escribir en una pared y esperar que ella genere una respuesta, como un mensaje de auxilio en una botella de vidrio que viaje por el mar.


Pintura: Insomnia, Edward Hopper.

pared de cristal «nathaniel carello»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora