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¿Crees que desaparecí sólo porque me he ido?
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Majestad. Ella lo sabía.
El corazón de JiMin, preso de un súbito pavor, cesó su latido. Su frente bañada en un repentino sudor frío. Sus piernas, traicionadas por el peso de su turbación, flaquearon, llevándole a desplomarse de rodillas sobre el entarimado de madera, que bajo él crujía lastimeramente.
—Usted.. ¿Lo sabe? —Jadeó, la voz casi extinta en su garganta. La contemplaba desde su posición en el suelo, con lágrimas aprisionadas en el umbral de sus ojos, mientras la angustia teñía su semblante, frunciendo su ceño y sus labios.
La anciana delineó una sonrisa, suave y mesurada, en sus labios.
—Reconozco el espíritu de un monarca cuando se me presenta. —Reveló, provocando que JiMin se rindiera a sus lágrimas. La anciana, observándolo con dulzura, suavizó su sonrisa en un gesto de bondad. Con el esfuerzo propio de su avanzada edad, se inclinó lentamente, sus rodillas quejumbrosas testificando el paso del tiempo, y tomó las manos del omega entre sus manos arrugadas y delicadas, que, aunque frágiles, irradiaban calidez y destilaban un profundo entendimiento que trascendía palabras. —Sólo es una broma. —Calmó, riendo un poco. —Oh, majestad. Hace años que no te veía, eras apenas un cachorro antes de ser confinado al palacio. Estás irreconocible, exceptuando tus ojos dulces.
Acorralado por un torbellino de emociones, JiMin se encontraba sumido en un estado de pánico abrumador. La culpa y la vergüenza lo asfixiaban, apretando su pecho con un peso insoportable. En su mente, se veía a sí mismo como el artífice de la desgracia que ahora amenazaba a aquellos que, en este refugio, buscaban protegerse de las sombras que él creía haber desatado. La tristeza inundaba su ser, y el miedo lo envolvía como una densa niebla, ahogando cualquier atisbo de calma.
Cada latido de su corazón resonaba con el deseo de ser digno de estar entre aquellas almas que luchaban por sobrevivir, por mantener un rayo de esperanza en la oscuridad. Anhelaba, con todo su ser, redimirse y ser parte de algo más grande que sus propios errores y temores.
Pero entonces, una palabra, simple y poderosa, lo golpeaba con la fuerza de un martillo: "Majestad". Ese término resonaba en su mente, recordándole quién era en realidad, arrastrándolo de vuelta a una realidad que deseaba fervientemente olvidar. Frente a esa palabra, se sentía aún más pequeño.
—Lo siento... —Las palabras brotaron de sus labios temblorosos, aunque él mismo no comprendía por completo la razón de su disculpa. Pero una necesidad apremiante, un impulso desesperado de redención, lo impulsaba a pronunciar esas palabras de arrepentimiento.—Lo siento, lo siento tanto. Sé que no pertenezco aquí, pero necesito ayud-..
Ella le interrumpió, frunciendo el ceño con preocupación y ajustando ligeramente el agarre en sus manos para captar su atención. JiMin elevó la mirada hacia la suya, temeroso, percibiendo en sus ojos la serenidad que la anciana emanaba.
—¿No perteneces aquí? —Repitió ella sus palabras, cuestionándolas. —¿Qué te hace pensar eso? Jamás ha cruzado por mi mente.
JiMin, con sus labios apretados, temblaban sus ojos de grisáceo matiz, reteniendo en su pecho todo aquello que bullía y se agitaba. Con voz temerosa, habló las palabras que tanto había meditado en silencio, confesando aquello que aún le era arduo aceptar.
—Todo esto, cada tragedia ocurrida, es culpa mía. Muchos de ustedes han sufrido por esta causa. Soy el culpable de la ira del rey. —Confesó, la vergüenza entremezclada con el dolor irradiando una pureza inusitada en sus ojos. Todo su ser temblaba ante la mera idea de haber ocasionado semejante magnitud de daño. Era, sencillamente, demasiado para su corazón.
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"YoungBlood" © KookMin
Fanfic❝Solías llamarme «Cariño», ahora me llamas por mi nombre. ¿A quién estás llamando, amor? Nadie podría ocupar mi lugar. Cuando estés mirando a esos extraños, le ruego a Dios que veas mi rostro❞ En el reino de Évrea, JiMin, el Omega sujeto al yugo del...