Aquel que haya dicho que el tiempo lo cura todo mentía vilmente.
Lo que JiMin experimentaba no era curación, mucho menos alguna especie de alivio. Podría culpar al poco tiempo que había transcurrido desde lo sucedido, al dolor palpable en su silueta. Pero no. Estaba seguro de que aquella herida en su corazón estaría abierta para siempre, sangrando en la eternidad. Y que aunque pasaran mil años, seguiría presente.
Simplemente, ahora formaba parte de él. Y lloraba a gritos los nombres de sus únicos dos amigos. La pérdida no lo abandonaría nunca.
Cosas así no nos fortalecen como suele decir la gente a modo de consuelo. Tampoco nos debilita. Nos crea. Nos moldea. Nos hacer ser como somos, y dejar de ser lo que solíamos. Depende únicamente de nosotros el para qué lo usamos, qué tanto lo aprovechamos y cómo recibimos esta nueva versión.
La noche anterior, JiMin había muerto un poco por dentro.
Es por ello que durante su larga y solitaria caminata por los bosques de las fronteras hacia Dynes, JiMin lloraba en silencio. Las lágrimas se deslizaban como lluvia desde sus iris grises hacia sus mejillas de porcelana. La suciedad estaba adherida a su piel, tanto lo carmín de la sangre como el ocre del barro y musgo. Su nariz comenzaba a doler por el golpe de JungKook y su cabeza por la sangre perdida, pero el dolor de su alma les quitaba importancia.
Estaba arrepentido. No por huir, claro está. Sino por pasar su vida entera pensando que había experimentado el dolor.
No, nada podría compararse con lo que sentía ahora. Era como empezar a vivir desde aquí.
Caminaba con dificultad entre los frondosos árboles, pisando charcos y plantas silvestres. Sus piernas desnudas tenían pequeños cortes por las espigas abundantes de allí, pero al menos la planta de sus pies estaba refugiada por los zapatos de aquel hombre.
Ya pasaba del mediodía, lo sabía por el radiante sol sobre su cabeza. Aunque sus ojos ardían, de todas formas miró al cielo.
Sonrió, tembloroso.
─Qué lindo día... ─Murmura, su garganta seca.
Cuando comienza a contar las nubes esponjosas para distraerse un poco, gritos lejanos encienden todas las alarmas en su cabeza. Su lobo despierta de la burbuja deprimida en que se había metido para pasar su duelo, y de inmediato comienza a gruñir. Echa las orejas hacia atrás y todo su lomo se engrifa.
Con el corazón en la garganta, JiMin gira sobre sus pies y trata de ubicarse en el inmenso bosque. Asustado, busca de dónde provienen aquellos gritos.
─¡... inútil, eso eres! ¡Un inútil, Franchesco!
Esa es una voz masculina. Pero no la conozco. Piensa, su curiosidad despertando.
No eran guardias de Évrea, y gracias a la diosa que tampoco trataba de JungKook. Parecía gente normal, pueblerinos.
Ignorando las advertencias de su lobo, y sin saber en quién confiar, JiMin comienza a guiarse por aquella voz masculina y a caminar por la maleza y troncos.
Entonces, un camino de tierra entra en su campo de visión. Parece cruzar el bosque, y es tan largo que lo pierde en la curva más allá. Se acerca más, notando los destellos del metal y el aroma de madera provenientes de un enorme carruaje estacionado en medio camino.
No era un carruaje como los que estaban en el palacio. Claramente era uno menos elegante y costoso, con clavos, acero y resistente madera de roble. Sin joyas o adornos de oro.
Eso le dio la confianza necesaria para acercarse lo suficiente hasta ver de frente al dueño de los gritos.
Dos hombres. Olfatea y sabe que trata de un Alfa y un Beta, ambos con ropas de hilo y cuero, uno castaño y ojiverde y el otro azabache y ojiazul. No se veían pobres, pero tampoco eran de clase alta.
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"YoungBlood" © KookMin
Fiksi Penggemar❝Solías llamarme «Cariño», ahora me llamas por mi nombre. ¿A quién estás llamando, amor? Nadie podría ocupar mi lugar. Cuando estés mirando a esos extraños, le ruego a Dios que veas mi rostro❞ En el reino de Évrea, JiMin, el Omega sujeto al yugo del...