Capítulo II: Odio -Deseo

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La vida se desarrollaba con normalidad en el pueblo de Desembarco del rey; los puestos de los comerciantes terminaban de ser colocados en su sitio y los compradores y visitantes comenzaban a abarrotar las angostas calles del pueblo. En aquella mañana de primavera, el sol brillaba con fuerza en las alturas y el cielo se había vestido con el más hermoso de los azules, augurando un buen día.

De entre las pocas nubes, emergieron las figuras de los dragones pertenecientes a la familia de la princesa Rhaenyra Targaryen, quienes con un fuerte y poderoso rugido llamaron la atención de compradores, viajeros y mercaderes, haciéndolos levantar sus cabezas y a los niños que jugaban en las plazas, aplaudir emocionados al ver a las bestias jugar entre sí.

Los jinetes dirigieron su vuelo a Pozo Dragón, en donde una comitiva enviada por el rey esperaba su arribo para transportarlos a la Fortaleza roja en donde la familia real y la corte, esperaba por ellos para recibirlos en el salón del trono. Los príncipes descendieron de sus dragones y los entregaron al grupo de cuidadores, que habían sido designados para ellos, los más jóvenes pidieron un poco más de atención por parte de sus compañeros, siendo uno de ellos Arrax, quien se mostraba inquieto, reflejando en su comportamiento, la tormenta que tenía lugar en el interior de Lucerys. El príncipe omega, se acercó a él y lo acarició nuevamente, hasta que llegó el momento de entregar las riendas a su cuidador para que este, al igual que sus compañeros, se adentrara en aquel recinto cavernoso, que de ahora en adelante sería su hogar.

Un grupo de guardias se acercaron a la princesa Rhaenyra y tras presentar sus respetos les guiaron a los carruajes, que los transportarían a la fortaleza. Los guardias que se situaban al principio de la caravana iniciaron su marcha, los estandartes tanto de la casa Targaryen como de la casa Velaryon fueron elevados por ellos, anunciando a la gente que los Targaryen - Velaryon iban pasando por el lugar. Los pueblerinos formaron un pasillo por el que cruzaban y al escuchar los saludos que les daban, los príncipes se asomaron a las pequeñas ventanas de los carruajes y correspondieron a ellos. Muchos fueron los buenos deseos que le expresaron a Lucerys así como las alabanzas a su belleza, el príncipe se sonrojaba al escuchar los cumplidos, que venían a partes iguales, tanto omegas, betas y alfas le admiraban por como el tiempo había hecho maravillas en él.

Poco a poco fue creciendo su confianza, el pueblo que iba a gobernar un día le mostraba cariño a pesar de haber pasado gran parte de su vida lejos de Desembarco del rey; Agradecería el cariño y confianza depositada en su persona, con acciones que pudieran mejorar su calidad de vida, no pretendía ser un rey que disfrutara de los lujos que venían con su posición, resguardado en la comodidad del castillo, por el contrario, él quería ser uno que hiciera todo lo que estuviera a su alcance para que mejorara en lo posible sus vidas.

De un momento a otro, los elogios que recibía de los pueblerinos, fueron cambiados por insultos y exhortaciones. Un grupo de religiosos se había congregado en las cercanías de la fortaleza y esperaba ver pasar a la comitiva que lo transportaba; cuando por fin fue divisada, obstaculizaron el paso, haciendo que los carruajes se detuvieran. Aprovechando ese momento, algunos de ellos se intentaron acercar a las ventanas siendo detenidos por los guardias, Jacaerys quien iba en el primero de los carruajes, atrajo a su esposa y la abrazó.

Joffrey imitó a su hermano mayor, atrayendo a sus pequeños hermanos, para cobijarlos en un abrazo y tratar de calmarlos, ya que se habían asustado por los gritos.

Los tres mayores buscaron sus ojos, al escuchar las duras palabras que los religiosos gritaban en contra de Lucerys, ya es que el grupo no mostró ningún tipo de temor al mostrar descontento con la nueva línea de sucesión, ya que aseguraban que los omegas no eran seres idóneos para gobernar, que eran seres lascivos y que situarlos en un puesto tan privilegiado, no era más que posicionar a una prostituta de cuna de oro sobre aquel trono que tenía poder y autoridad sobre millones de personas que habitaban en el continente. Otros, también aprovechando ese suceso, comenzaron a burlarse de él y a pregonar lo afortunado que Aemond sería, al tener tal belleza en su lecho a la cual podría montar hasta la saciedad.

A VOW OF HATE | LUCEMOND Donde viven las historias. Descúbrelo ahora