Capítulo X: Intimidad

982 71 24
                                    

(Retomando desde el capítulo anterior)

El cuerpo de Lucerys se hallaba completamente perlado por el agua de la bañera, algunas de las gotas de la misma caían de su húmeda cabellera castaña a los hombros y libraban carreras reuniendo más y más gotas a su paso, hasta formar unas de mayor tamaño que descendían, con rapidez por su pecho y espalda. 

Aemond alzó a su esposo por los aires y le obligó a rodearle la cintura con sus piernas, los brazos tonificados de Lucerys rodearon su cuello y siendo acunado desde sus glúteos, el corpulento alfa avanzó con cuidado, tratando de no resbalar en los pequeños charcos de agua que su propio cuerpo iba dejando a su paso, mientras hacía su recorrido de regreso a la habitación.

Sus bocas no se separaron ni un segundo en el trayecto, Aemond se probó a sí mismo en los labios de Lucerys, restos de su semen podían apreciarse en el paladar de su omega, dulcificado con su saliva. 

Una vez dentro de sus habitaciones, tumbó a su castaño en el sofá cama que adornaba sus estancias, aunque su lecho matrimonial se encontraba recién hecho, al igual que el resto de la habitación, decidió que ese lugar tan preciado para él, en donde pasaba largas horas sumergido en la lectura, era ideal para crear un recuerdo más de esa placentera luna de miel que estaba viviendo en compañía de Lucerys.

Todo en la habitación se encontraba impecable, Dyanne ingresó en las estancias mientras ellos tomaban un baño y se encargó de dejarles comida, una jarra de agua fresca y de limpiar los rastros de sus encuentros. 

Aemond a pesar de su casta de alfa dominante, en sus períodos de necesidad era siempre más tranquilo que Aegon, se limitaba a leer en sus momentos de lucidez y a ofrecerse alivio a sí mismo para después dejar todo de manera impecable como siempre, pero esta vez todo era muy diferente.

Nunca existió un omega que ofreciera consuelo al alfa, no por que no hubiesen voluntarios, sino porque el príncipe jamás lo permitió, ni siquiera por consejo de su padre el rey, pero ahora al ver el desastre de la habitación, rastros de semen en la alfombra, cojines tirados por todos lados y las huellas de las manos de Lucerys en el espejo, supo que era la primera vez que Aemond disfrutaba plenamente de ese momento.

Se encargó de preparar las estancias siguiendo las órdenes de su príncipe, la chimenea se encontraba justo como a Aemond le gustaba y la habitación habia sido aromatizada con sándalo como era el gusto del exigente alfa, pero ahora también se hacían notar pequeños matices cítricos, formando una fragancia interesante y especial. 

Su habitación en ese momento tenía un aura muy sensual y le invitaba a experimentar con su omega, más de ese placer inigualable que había descubierto una noche antes, mientras disfrutaba del cuerpo de Lucerys por primera vez.

Aemond admiró por un momento como los rayos del sol bañaban la piel desnuda de su esposo, la blancura de la misma que poco a poco iba adquiriendo un leve tono rosáceo volviéndola aún más cautivante.

Su boca se hizo agua y su deseo ardió con más fuerza en su interior, despertando de inmediato a su miembro, detalle que no pasó desapercibido para Lucerys. 

El alfa se puso de rodillas y al notar ese gesto, el castaño sintió que el latir de su corazón se aceleró, nunca cruzó por su mente que el gran Aemond Targaryen, futuro rey de los siete reinos, el jinete del dragón más longevo y grande del mundo, doblaría su rodilla, pidiendo por que se abriera de piernas delante de él.

Se sintió poderoso y con toda floritura se acomodó mejor y como si se tratara de una bella mariposa abriendo sus alas, se abrió de piernas delante de su alfa y este no tardó en acomodarse entre ellas. Comenzó a repartir besos en su mandíbula y cuello, bebiendo las gotas de agua que se encontraban en él.

A VOW OF HATE | LUCEMOND Donde viven las historias. Descúbrelo ahora