Cuando entré en casa pensaba encontrarme con mi hermano y mi madre. Pero no había absolutamente nadie en la casa.
Que raro, creía que estarían ya en casa para almorzar.
-¿Hay alguien o estoy hablando sola?- Nadie respondió por lo que sí, estaba hablando sola.
Fui hacia mi habitación y dejé la mochila encima de la silla de mi escritorio. Bajé y me fui directa hacia la cocina para ver qué me podría hacer para comer.
Nada más ver el post-it amarillo pegado en la nevera supe que un mensajito de mi madre me esperaba.
"Claire, he ido con tu hermano a comer con algunas madres y sus hijos del colegio de Simon para conocerlos.
Tienes la comida en el microondas.
Estaremos por allí sobre las ocho y no esperes a tu padre porque hoy llegará tarde.
P.D. Saca la basura."Genial, me tocó sacar la basura. Encima que se van a comer por ahí sin mí.
Tiré el papelito a la basura que está a reventar (ya veo porqué me lo ha pedido) y me fui hacia el microondas para coger la comida.
Nada más abrir la puerta, un olor a pasta invadió mis fosas nasales.
Bueno, al menos tenía algo rico para almorzar.La verdad es que no me apetecía sacar la basura tan pronto y tampoco tenía deberes que hacer. Así que me adentré al salón, cogí el mando del televisor y me puse una serie.
Ya la sacaría cuando termine el primer capítulo.
La serie estaba muy bien, tanto que de hecho no vi un capítulo, si no cuatro.
Creo que no hace falta describir mi cara cuando vi que eran las siete y todavía no había hecho el trabajo que me había encargado mi madre.
Corriendo me dispuse a ponerme mis zapatos y a coger por las tiras la basura para salir a fuera como un torpedo.
Menos mal que localicé los contenedores casi al final de la calle porque ya me veía yo paseándome por todo el vecindario con la basura como si fuera un bolsito buscando donde tirarla.
Justo cuando llegué a la puerta de mi casa feliz de que no hubieran llegado mis padres para que no me echaran la bronca me acordé de algo.
Algo en lo que no había caído cuando salí de mi casa.
Las llaves. Esas estupendas llaves que tenía con el llavero que me regaló Grace cuando me fui de Londres que tanto me gustaban.
Esas que sin ellas, no podía entrar. Estaban dentro de la casa.
Y yo estaba fuera con una cara de tonta mientras me decidía por llorar o por llamar a mis padres.
Obviamente me decanté por la segunda opción.
¿Qué problema había? Que el teléfono estaba en el mismo sitio de las llaves.
¿Ahora es el momento para llorar?
Pues no. Porque mi cara se iluminó cuando oí el sonido de un motor.
Pero esa luminosidad no duró mucho cuando vi que no eran mis padres, si no el vecino negrito.
No preguntéis por el nombre porque se me acaba de ocurrir.
Creo que no se percató de mi presencia hasta que paró justo delante de su casa y se quitó el casco.
Es ahí cuando nuestros ojos se volvieron a encontrar por segunda vez.
No me extrañé cuando se me quedó mirando muy serio durante unos segundos.
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Nosotros en el amanecer
RomanceClaire se muda con su familia a una nueva ciudad en su último año de instituto antes de entrar a la universidad. Allí, conoce a su nuevo vecino que le sacará de todas sus casillas por el carácter de engreído y gruñón que tiene. El primer problema:...