I never said thank you for that.

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–Estás sufriendo.

La afirmación golpeó con fuerza la espalda del azabache, quien en un intento de disimularlo torció una sonrisa ladina.
Pero no había nada que pudiera ocultarle.

–No se de que estás hablando–resopló con fuerza, tratando sin descanso de olvidar las habilidades de su compañero para percibir lo invisible; aunque no lo fuera tanto, la hinchazón y ojeras bajo sus ojos eran prueba de esto.

La nieve caía suavemente sobre ellos, cubría el amarillo común del césped con gentileza y en un ritmo constante. Pronto nevaría fuertemente y cubriría todo con blanco.

El de vestimenta China se retiró el manto sobre sus hombros, y lo dirigió a los contrarios con suavidad; el tan conocido sabor dulce no tardo en llegar mientras que los latidos del alado se intensificaron por unos momentos.

–Hay algo que no me estás contando. Desde hace unas semanas actúas demasiado ansioso, noto tu silueta, esta más oscura de lo normal y las plumas cercanas a tu cabello están cayéndose, Nai–agregó con paciencia, esperando no alterar al menor, solo quería que confiara en él lo suficiente para dejarle ayudarlo, aunque después de tantos años, era imposible no hacerlo.

El dorado volteó los ojos con intensidad y al final dirigió su mirada directamente hacia los orbes oscuros.

–Ya te he dicho que no me llamo Nai, mi nombre es Alat...–el chico fue callado rápidamente por un dedo en sus labios, el propietario de este tenía una sonrisa juguetona en su rostro.

–Ya se que no es tu nombre, por los dioses, pero, ¡te queda demasiado bien!–alegó mientras retiraba su mano y replicaba con un puchero–Nai es sol.

–¿Qué tengo que ver yo con esa estupidez?–respondió bufando, con una mano tapando la mitad de su cara ocultando su sonrojo.

–Tus pupilas.

El de ojos rasgados recalculó el color de estos, más en el reflejo del río lucían marrones; lo miro como si no entendiera.

–Son dorados.

–Ya veo...

Uno, dos, tres copos se rociaron sobre sus cabezas, el de hanfu miró hacia el cielo, alegre de estar ahí, disfrutando del frío invierno. El azabache por el contrario, lo miro a él, analizó sus prendas asiáticas con fulgor, telas brillantes demasiado largas, que si bien en su juventud solían ser completamente blancas, ahora tenían listones rojos en su cintura y entrecruzando su pecho, con bordados dorados en forma de raíces en la zona inferior del vestido. Lo más destacable era un dragón dorado grabado en la espalda del chico; tenía las alas extendidas hacia los lados y su cola llegaba hasta la parte inferior de su tronco. Casi hipnotizado, el de aura verde oscuro extendió su palma hacia el dibujo de este.

Al percibir el tacto del chico, se erizó. Una corriente eléctrica lo llevó a enderezarse, y sonrojado se volteó hacia él.

–¿Nai?–dijo entre un suspiro, al percatarse que el menor permanecía mirando el bordado se calmó–¿te gustan los dragones?

Su vista amarilla se conectó con la suya.

»Mi madre solía contarme historias de ellos, grandes bestias majestuosas e invencibles. Poderosos no solo en fuerza física, sino también–freno para señalar con el dedo el corazón del azabache–en el espíritu. Se cree que dominan el agua.

–¿Tienen alas y se pasean por ríos?–resopló

–Suena ridículo, ¿verdad? pero solo significaría que poseen no solo el aire, sino también otro elemento poderoso como el agua. Expresando una vez más lo vigorosos que son– respondió con entusiasmo.

El joven se aferró al manto que llevaba en los hombros y guardó silencio analizando una vez más las palabras de su compañero.

»Si yo tuviera un dragón,–Alatus bufó, empezaría con sus divagaciones otra vez, ya estaba un poco mayor para esto–lo llamaría Xiao, como el amanecer; estoy seguro que en sus escamas se reflejaría la luz cada día, y volaríamos tan alto que podría tocar el sol.

–Ridículo–respondió, con una sonrisa ladina. El de ojos oscuros notó como su silueta se aclaraba más a diferencia de hace unos momentos.

Un silbido melodioso tomó lugar dentro del bosque, ajeno a la burbuja que los dos jóvenes habían formado, el dorado giro su cuerpo hacia la frondosa naturaleza.

–Debo irme–contestó después de un silencio, se acomodó el manto y se cubrió enteramente hasta ocultar su rostro; segundos después, destellos escaparon de los hoyos de la tela. El cuerpo del chico dentro se fue degradando en estatura hasta el punto que el manto rozaba la nieve en su totalidad. Para cuando el contrario levantó el tejido, un ave se dirigió a su palma que ya se encontraba extendida.

Acurrucándose en el calor que emanaba, el emplumado lo miró.

–Nai, nunca olvides que estoy aquí–sonrió suavemente mientras que el color rosado se postraba en sus mejillas.

Un «gracias» se quedó atascado en la garganta del ave, tarareó un pequeño silbido, y posteriormente se elevó en el aire, cantando cada vez más notas, en una composición bellísima.

Cerró los ojos concentrándose en aquella música, mientras sus pies permanecían en la tierra miraba a su amado volar lejos.

Hear you me ೃ࿔* XiaoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora