VI

796 52 9
                                    

Sarah

Hoy lo vería, y mentiría si dijera que no estaba nerviosa.

Charlotte me comentó que Anton, el misterioso y atractivo hombre que había estado rondando por mi cabeza, estaba de viaje por Alemania, su ciudad natal, debido a algunos de sus negocios. No me dio más especificaciones.

La curiosidad me carcomía por dentro intentando adivinar quien era este hombre o que hacia que a simple vista me sintiera intimidada por su presencia. Era un hombre con poder, de eso estaba segura.

Me intrigaba saber que era lo que hacía, porque no cualquier persona podría mantener una casa cómo está, y ademas, teniendo una desconocida viviendo en ella.

Mire con sorpresa el que sería mi nuevo closet, hermosos y voluptuosos vestidos decoraban la mayoría de los estantes. Diferentes colores hacían que mis ojos ardieran, pero me agradaba. El único color que vi los últimos cinco años fue el espeso color de la sangre y las grises paredes color a muerte.

Pase las yemas de mis dedos por todas las prendas, indecisa cuál de todas ponerme.

Charlotte también comentó que usará algo que llamará la atención de el, sin embargo, no me importaba en lo absoluto captar la atención de alguien, mucho menos de un hombre. Quería sentirme bien conmigo, con mi cuerpo. Después de cinco largos de años de ser usado para un sinfín de torturas, me aseguraría de que luciera bello.

Después de pensarlo un par de minutos, tomé un vestido de tirantes de satin que me quedaba hasta las rodillas y unos pequeños zapatitos de valeriana blancos. No estaba acostumbrada a estas prendas, claro estaba.

Puse todo sobre la cama y me metí a la ducha con la intención de no salir de ahí al menos en unas horas.

...

Jadeé de sorpresa tomando mi vestidito y dando vueltas riendo. Los rayos del sol se postraban sobre mi descuidada piel, logrando un efecto luminoso haciendo que el vestido resaltara sobre mi cuerpo. Pase mis manos por el centro de mis pechos bajando con lentitud hacia mi vientre, me sentía hermosa.

No sabía como peinarme, así que solo deje mi cabello suelto con las puntas aun húmedas, haciendo que la parte trasera del vestido se humedeciera. Mis piernas lucían muy bonitas, los golpes grandes los tapaba la falda del vestido, así que no me preocuparía por quien mirara con asco o morbo mis piernas hoy.

Y finalmente terminé en mi rostro, el cual con el pase de los días las cicatrices sobre mis mejillas hizo que desaparecieran. No puse nada en el, solo un poco de crema. Mis mejillas lucían con un tono rosáceo al igual que la punta de mi nariz. Mis no muy notorias pecas hacían que mi rostro luciera como un ángel.

El ángel de la muerte.

Mis labios eran el único daño en mi rostro, lucían rojos, un par de cortadas estaban sobre el labio inferior, logrando que ardiera al comer, hablar o de tan solo moverlos.

Tomé el labial humectante que estaba sobre el mueble y me apliqué un poco, cerré los ojos con fuerza al sentir el ardor.

La puerta resonó tres veces asustándome, deje el labial de nuevo en su lugar, tomé el pomo y lo giré, esperando ver a Antón, pero no. Era un sujeto que podría jurar que era idéntico a él, pero a diferencia de Anton, el color de ojos de este hombre era verde, unas lindas esmeraldas.

Mi próxima perdición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora