Cuando dos estrellas fugaces se cruzan: Butters y Kenny

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Cuando las luces de un aparato más parecido a una chatarra con ruedas que a un coche me deslumbran, me doy cuenta y asumo, sin remedio, que esta noche voy a morir.

Elevo el antebrazo, más delgado cada vez que pasan los días, y entrecierro los ojos, tratando de mirar más allá de los dos focos potentísimos, que me deslumbraban en mitad de la carretera.

Frente al automóvil, que avanza hacia mí a toda velocidad, no puedo moverme. Como un ciervo que se ha desviado del bosque y que está a punto de ser atropellado.

Entrecierro los ojos hasta cerrarlos cuando el vehículo se acerca más y más y yo veo menos y menos. Y me rindo. Me he caído muchas veces y me he levantado muchas otras, pero esta vez el combate terminará. Y yo seré el perdedor.

Solamente escucho el silbido del viento, colándose entre las copas de los pinos y agitando las ramas. Y sonrío. No sé muy bien por qué, pero sonrío al notar mi inminente final acercarse.
Los neumáticos queman el asfalto, derrapando para esquivarme con un giro de volante brusco. Bajo el brazo poco a poco a la vez que giro la cabeza para seguir al vehículo que se aleja profiriendo insultos por la ventanilla del conductor.

Me quedo ahí, quieto en mitad de la oscuridad. Sin el calor de las luces del auto que me ilusionaron, haciéndome creer que todo terminaría en segundos. La corriente de aire congelada se cuela entre mi abrigo azul y el bajo de mis jeans verdes, y me siento pequeño de nuevo.
Dejo de sonreír.


(...)


Tarareo una canción que he escuchado esta mañana en la radio mientras humedezco mi "papel especial" con la punta de la lengua y lo sello a la perfección antes de colocar entre mis labios mi "medicina especial" y prender un extremo. Tras una calada de la mejor hierba que he probado en mucho tiempo, me siento mucho más relajado.

Un rato después, apago el porro en el marco de la ventana de mi dormitorio y me despido de Karen con un beso en la frente antes de salir de casa.

-¿A dónde vas?
Pregunta sin levantar la mirada de sus cuadernos de deberes para la escuela. Mi hermana, Karen, es tan lista que me asusta que algún día se dé cuenta de lo tonto que soy yo. Pero eso aún no ha ocurrido, y sigue escuchándome con los ojos bien abiertos, como si lo que fuera a decir fuera algo de suma importancia.

-A casa de Cartman, tiene un videojuego nuevo y me lo dejará probar. -Antes de que añada algo más o que pida acompañarme, sonrío y mientras cierro la puerta hablo. -Te traeré refresco y los dulces que sobren si el gordo no se los come todos.

En menos de un minuto ya he preparado el segundo porro y, con las manos en los bolsillos, camino en dirección contraria a la casa de Cartman, adentrándome en el bosque por un camino que conozco bien.

El tarareo vuelve y ahora que sé que nadie en kilómetros puede escucharme ni verme, canto alguna que otro verso, acompañado de una gesticulación exagerada y casi cómica al imitar el solo de guitarra como si estuviera tocando un instrumento imaginario.

Llego pronto a una alambrada alta y con alambre de espino enredado arriba del todo para evitar intrusos. La rodeo hasta encontrar la puerta improvisada que hice con unas cizallas hace uno o dos años. Tiro, elevando la red de metal lo suficiente como para lograr pasar arrastrándome un poco y, listo. Estoy dentro.

Sacudo mi parka naranja mientras contemplo por unos segundos el paisaje.

Una noche como esta, hace tantos años que ya no recuerdo, Kevin me había traído aquí, a este aparcamiento abandonado, y me había confesado que a la mañana siguiente se marcharía de South Park y que por mucho tiempo no nos volveríamos a ver.
Los recuerdos me inundan:

Capítulos perdidos (One Shots +18 South Park)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora