XI - Algo está mal

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Hamburgo, Alemania

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Hamburgo, Alemania.

Hay una serie de cosas de las cuales Louis no tiene una explicación, pero Harry sí.

Quizás sea esa la razón de la existencia de ese mal presentimiento que solo uno de ellos es capaz de sentir y el otro no, en general, hay una ausencia de emociones que para uno de ellos resultan difíciles de comprender, pero para el otro no. Por ejemplo, en la cabeza del rizado ninguna de las últimas acciones que hizo figuran como actos ilegales pese a violar la ley, sino como lo último a lo que un hombre enamorado había tenido que recurrir por amor.

Sea como sea, es el rizado el único capaz de seguir con un ritmo de vida normal, haciendo uso de una libertad de la que Louis se mantiene cautivo porque no es a Harry a quien la policía está buscando con tanta desesperación, sino al muchacho que mira con una expresión de total fastidio el vaivén de las ramas desnudas que con soltura se sacuden desde la ventana desprendiéndose de los copos de nieve con una libertad de la que él no puede gozar aún.

La llegada del invierno, así como la ausencia de su familia en esta época del año no es en realidad un motivo de agobio, ignorando un poco los detalles de su extraño ritmo de vida, hay un sentimiento extraño que lo ha estado atormentando, es un presentimiento cuya existencia aún no le ha hecho saber a Harry. No está relativamente seguro de si pueda seguir ocultándoselo por más tiempo siendo esa la razón por la que Louis se encuentre despierto tan temprano ahora mismo, a unas horas en las que apenas comienza a vislumbrarse el sol descolorido desde el horizonte, arrojando muy débilmente unos pálidos rayos que se extienden sobre la superficie de aquel territorio cayendo sobre el rostro del muchacho que incapaz de conciliar el sueño se remueve solo entre las frazadas de aquella cama matrimonial.

No hay absolutamente nadie más en la casa para cuando toma la decisión de ponerse de pie y dentro de su propia ignorancia Louis prefiere atenderse en el baño teniendo la osadía de colocarse únicamente una camisa que no es suya sobre su ropa interior limpia con la excusa de disfrutar un rato más de la fragancia de una colonia que no le pertenece, pero que por alguna razón que desconoce ha empezado a ser parte de su olor favorito pese al repudio que le guardaba unos meses atrás.

Baja las escaleras a prisa llegando a la cocina, pero tampoco lo encuentra allí, no hay una nota que le explique su ausencia, no hay indicaciones, ni instrucciones, simplemente un libro de cocina a medio leer con un separador entre sus páginas sobre la isla cubierta de pintura azul de la cocina a juego y Louis comprende que quizás sea su turno de prepararle el desayuno antes de que vuelva de correr.

Ha sido entre pasos sencillos, especias y unas cuantas verduras que ha pasado un poco más de un cuarto de hora cuando Louis termina y coloca sobre la isla un tazón de sopa caliente como platillo principal acompañado de unos huevos sencillos, tocino y un delicioso jugo de naranja que está tentado a probar, está incluso un poco cerca de servirse al menos un vaso para él mismo cuando de pronto ese mismo presentimiento al que muy en el fondo le guarda cierto rechazo resurge en su interior, reprendiéndolo de actuar como a una esposa esperando a su marido en casa con el desayuno listo poque esa no es la vida que Louis está viviendo aunque su mente juegue en su contra haciéndole creer lo contrario.

Desorden LiterarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora