Capitulo 8

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Casi muero de la vergüenza cuando Carlos llegó gritando a los cuatro vientos que tenía trabajo en una empresa como guardia de seguridad, añadiendo que saldría con alguien hoy en la noche, papá activó sus alarmas y me exigió conocerlo primero, casi...

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Casi muero de la vergüenza cuando Carlos llegó gritando a los cuatro vientos que tenía trabajo en una empresa como guardia de seguridad, añadiendo que saldría con alguien hoy en la noche, papá activó sus alarmas y me exigió conocerlo primero, casi muero de un ataque al darme cuenta de que hablaba muy en serio en el momento en que me prohibió salir, mamá tuvo que aparecer en medio de la sala para ayudarme e intervenir por mí, logró tranquilizarlo y convencerlo de que seguro eran algunos amigos de la escuela que querían volver a reunirse conmigo, además de recordarte que ya era una mujer que sabe poner límites, sin eso creo que me metería en problemas por faltarle a mi palabra.

Mamá estaba incluso más emocionada que yo cuando le revelé que en realidad tendría una... cita con Devora; ella ya la conocía y sabía lo que fuimos hace años, tuve que recalcarle que por ahora nuestra relación era complicada, no éramos amigas, pero tampoco conocidas, éramos... la verdad no tengo palabras para describirlo, es... complicado hasta para mí. Quería llamar a Laila, pero haría un alboroto, me vestiría con algo extravagante y elegante y, para ser sincera eso no va conmigo, después de todo la morena me dijo que no era nada formal, igual estaríamos en su casa, fuera del ojo publico, no podría manchar su reputación a puertas cerradas por lo que busqué un vestido negro algo ajustado— Se amoldaba perfectamente a mi figura— Y una camisa azul cielo que hacía una buena combinación, junto con mis converse negros, una mirada al espejo, un poco de brillo en los labios, mi pelo amarrado en una cola de caballo alta y estaba lista.

Bajé las escaleras justo cuando escuché sonar el claxon del auto, al abrir ya me esperaba Fabián, apoyado en el frente del coche y al mirar al otro lado de la calle note como los vecinos miraban con curiosidad tanto al auto como al hombre que me abría en un acto de caballerosidad la puerta.

Dios mío santo, no quiero ni imaginarme los chismes que ya han de haber sobre mí.

— Te noto agobiada, Isabella— la voz de Fabián me trajo de nuevo a la realidad, aparté la mano de mi mentón, centrando la mirada en el hombre que me miraba por el espejo retrovisor del auto.

— Nah, son cosas mías nada más.

— Si tu lo dices— no insistió más, lo cual fue un alivio para mí, no quería meterlo en mis absurdos pensamientos. Fabián condujo por las calles de Madrid y yo seguía metida en mi propia cabeza hasta que no sentí más movimiento, nos habíamos detenido frente a la entrada iluminada de la mansión.— Hemos llegado, Señorita.

Yo asentí, tomando su mano para salir.

— Gracias, Fabián.

— Es un placer, Señorita— respondió para luego volver a entrar en el auto y irse con él a algún otro sitio.

Subí las pocas escaleras que habían en la entrada y antes de tocar la puerta un Caled muerto de la risa abrió, por poco nos chocamos, pero por suerte pudimos reaccionar rápido antes de hacerlo.

— Vaya, ya has llegado— exclamó, aplacando su risa— Has silencio, te llevaré a la cocina, no se quien le dijo a ella que sabía cocinar. Tiene todo hecho un desastre— Añadió, jalándome del brazo hasta el lugar a donde iríamos, todo estaba revuelto, cuchillos por aquí y por allá, ollas, calderos, sartenes en el lavaplatos y en el fondo, al lado de la hornilla estaba una Devora llena de lo que parecía harina o una especie de polvo blanco que se notaba bastante con la ropa negra que tenía puesta.— Te lo dije— susurró Caled, empujando una de las cucharas que estaban en el mesón, el sonido metálico hizo girar a una mujer demasiado frustrada a mi parecer.

Mi más anhelada tentación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora