p r o l o g u e.

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El viaje había sido una verdadera tortura para él. Las dieciocho horas en clase turista, apiñado entre desconocidos en asientos incómodos, se le habían hecho eternas. Pero no podía quejarse. Su padre había sido muy claro: este viaje no era un premio, sino un castigo por su mal comportamiento en los últimos años.

Lo peor fue tener que sentarse junto a una omega con su cachorro de 5 meses, que no dejó de llorar en prácticamente todo el viaje. Los penetrantes chillidos del bebé le taladraron los oídos y pusieron a prueba su paciencia. Más de una vez estuvo tentado a pedir que lo cambiaran de asiento, pero se contuvo.

Este viaje era un escarmiento y debía aguantarlo con entereza. Aunque la incomodidad y el cansancio amenazaban con doblegarlo, apretó los dientes y siguió adelante. Su padre quería enseñarle una lección y, por mucho que le pesara, debía reconocer que la estaba aprendiendo.

Tras el desembarque en el aeropuerto de Dallas, tuvo que esperar una hora entera junto a su equipaje antes de que llegara el chofer enviado por su tío. El calor sofocante y la larga espera no hicieron más que empeorar su ya de por sí mal humor.

Finalmente, el chofer apareció sosteniendo un cartel con su nombre. Sin mediar palabra o gesto de ayuda, le indicó con un movimiento de cabeza que cargara su equipaje en la parte trasera de la vieja y destartalada camioneta. Con gran esfuerzo, tuvo que subir él solo las tres pesadas maletas, además de la pequeña valija de mano. Mientras acomodaba las valijas en la caja del polvoriento pick up, maldijo para sus adentros haber empacado tanto. Realmente necesitaba todas mudas de ropa y  los pares de zapatos que traía consigo. Sin más remedio tuvo que arrastrar todo ese peso por su cuenta. La indiferencia del chofer ante su situación no hizo más que aumentar su frustración.

¡Y por la diosa luna, Jimin quería maldecir al alfa por no tener una pizca de amabilidad en su viejo y amargado cuerpo! ¿Es que acaso no les enseñaban en el campo a ser serviciales con los omegas?

Una vez logró poner todo su equipaje en la parte trasera de la camioneta, no tardó en subirse en el asiento del pasajero, donde para su mala suerte el asiento no era más que un almohadón viejo y polvoriento.

El trayecto al rancho, ubicado a las afueras de Fort Worth, Texas, fue otro suplicio: el vehículo traqueteaba sin parar por caminos rurales llenos de baches y el polvo del camino se colaba por las ventanas, las cuales para su no sorpresa no servían.

¿Pero qué clase de vehículo era ese? ¿Cómo sus tíos podían tener un auto en tales condiciones?

Tras tres horas de travesía, la camioneta se detuvo frente a una casona de madera pintada con pintura blanca y unos cuantos detalles en azul. Desde su lugar en el asiento de la camioneta se permitió apreciar su destino y su nueva morada en los últimos meses.

good to r!de ; kookmin ©︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora