Capitulo 4

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El senador Tulio Matías observó sus manos con nostalgia al ver que les faltaban sus dedos meñiques. A Benjamín se le notaba el coraje que sentía. Le dijo mirando fijamente su cara:

— ¡Te lo advertí!

Manuel y Javier observaron la escena sin entender lo que pasaba y prefirieron no hacer preguntas. Sin embargo, el rostro de desconcierto de los soldados, hizo que la doctora se levantara con dificultad, lo que obligó a sus compañeros atados a ella, a hacer lo mismo.

— ¿Hasta cuándo continuaremos atados con estas malditas cadenas? —refunfuñó molesto Tulio, al sentirse obligado a levantarse. La gringa lo ignora, expresando su necesidad de ir al baño. Allí todos se enteraban de la necesidad fisiológica que tenía quien pedía ir al baño. Junto a ellos tenían una botella plástica para que los hombres orinaran y una bolsa para la mujer, desocupada por los guerrilleros periódicamente. En caso de manifestar deposición, eran llevados por los gurrilleros hacia los matorrales. Antes de ser perseguidos con tanta insistencia por el ejército, los secuestrados tenían más independencia.

—Ya son las dos de tarde y no hemos probado alimento. Por lo que veo, hoy tendremos que mantenernos con agua molida y viento raspao — se quejaba Javier mirando su reloj.

— ¡Tengo hambre!

—Si hoy contamos con suerte nos darán nuevamente lentejas— dijo Benjamín a Javier.

—No hemos desayunado— manifiestó Manuel. Y Tulio soltó una carcajada: — Escasamente almorzamos.

—Tenemos que huir — dijeron los soldados al tiempo (esta vez fue la gringa quien rió con discreción).

El desespero de los dos jóvenes contagió al resto de los secuestrados y empezaron a caminar en círculo mirando sus pies descalzos; la incomodidad era invasora. Una suave brisa traída del matorral que entró por la puerta al ser abierta, les refrescó la cara. El comandante Mamoncillo entró silbando como un turpial. Siempre estaba acompañado de uno o dos subalternos, pero esta vez venía solo, cargando dos bolsas plásticas trasparentes que contenían frijoles cocidos y arroz, los cuales entregó a Tulio Matías. La gringa le manifestó su necesidad de tomar agua y el hombre que no había abierto la boca ni siquiera para saludarlos, les dijo de manera contundente, casi susurrando:

— Prepárense, en cualquier momento van a ser rescatados.

Y dirigiendo su mirada a Javier le dijo:

— Guarde muy bien ese reloj, tiene un localizador. Javier movió la cabeza afirmativamente porque ya sabía de la existencia del sheep.

—¿Cuándo? — preguntó esperanzadoramente la gringa.

—Puede ser hoy, mañana o la otra semana— continuó alias Mamoncillo, quién con una mirada intimidante les ordenó guardar silencio.

Los retenidos dejaron caer sus cuerpos sentados sobre la superficie cubierta con los costales que utilizaban como colchones. Haciendo sonar las cadenas se miraron sin atreverse a pronunciar una sola palabra. El comandante salió del lugar evitando que sus subalternos se enteraran de los planes; ellos desconocían por completo sus intenciones.

— ¿Estamos soñando? —preguntó Manuel con timidez y en voz muy baja, mirando a Javier.

— Jamás me imaginé que fuera el comandante.

—Yo sí lo sospeché desde que fuimos retenidos. Es un hombre cauteloso— respondió Javier mirando hacia la puerta del cautiverio.

Transcurrieron unos cinco minutos antes de que Tulio tirase las bolsas del almuerzo sobre sus piernas y hablara:

AGUA MOLIDA Y VIENTO RASPAODonde viven las historias. Descúbrelo ahora