Preámbulo

72 14 47
                                    

Odiaba los domingos, odiaba más en particular ESE domingo, soy el miembro más joven de la familia más antigua de Villa Sombra, un pueblo que sigue en pie por fuerza de costumbre y donde, gracias a las supersticiones, hay tres leyes a seguir sin cuestionar:

Número uno, no se come pan los martes.

Número dos, no se ve el reloj los jueves.

Número tres, no se asesina los domingos.

No, no vivía en un pueblo de asesinos, pero las primeras dos familias que fundaron este pueblo eran asesinos seriales y asesinos a sueldo; los asesinos a sueldo se fueron, solo quedamos los asesinos seriales. Era domingo, era mi cumpleaños, y, como debe de ser, me habían regalado un arma nueva; una daga que, por obvias razones, no podía estrenar. Pero eso no iba a detenerme, no esa vez.

Y efectivamente, eso no me detuvo, lo hizo él, o más bien yo, él es yo, pero yo no soy él. Ahora necesito encontrar cómo salir de este lugar y devolver al impostor a su sitio.

Asesinos tras el espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora