𝟎𝟏

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Francisco.

Cuando la muerte golpea, lo hace sin un aviso previo. Solo lo hace y no le importa que tan preparado estés para decirle adiós a alguien importante o despedirte tu mismo de la vida. Solo llega y te golpea, no hace nada más que eso, luego te ves resignado a aceptar que eso ya había sucedido y que la muerte ya había triunfado.

Hay diferentes etapas en ella, en el proceso de un duelo, negación, ira, negociación, depresión y por último, la aceptación. Muchos así la vivían, pero yo no estaba seguro si debía vivirla de esa manera.

Porque yo había sido el culpable y la etapa de negación y la ira, se habían hecho una sola. No solo eso, la ira hacia todas esas personas que ahora me veían mientras el ataúd bajaba los tres metros bajo tierra.

— Quedó el inútil — decían, claro, entre susurros y murmullos para que nadie más que sólo ellos se escucharan, pero lo suficiente alto para hacerme sentir peor.

— Peor aún, ahora está en una silla de ruedas.

Yo solo veía como el ataúd terminaba de ser sepultado y el sacerdote daba los honores para finalizar todo el funeral.

Matías me tomaba del hombro, intentándome dar algún tipo de aliento, pero yo no lo tenía, ni siquiera lloraba, no me permitía hacerlo porque no tenía el derecho para hacerlo.

Lo veía de vez en cuando, observándolo desde mi lugar, viendo como el ataúd bajaba. Su cabello castaño se movía por el viento y su actitud inquebrantable no le sorprendía a nadie, después de todo, era un Kukuriczka y su deber era ser así, casi todos conocían ese apellido, sobre todo al monarca de la familia, quien iba a ser el socio de mi padre y plan que yo había arruinado.

Aparte la mirada cuando sus ojos se encontraron con los míos y pellízquenla piel de mis manos, intentando soportar el nudo en mi garganta.

No sabía si iba a soportarlo tanto tiempo.

[...]

Las semanas posteriores al funeral, los periódicos habían estado llenos de la imágenes del accidente de hace semanas, los noticieros no se aburrían de pasar la noticia y recordarme que yo había sido el único sobreviviente en el lugar, al único que encontraron con vida mientras se aferraba al cuerpo sin vida de su hermano.

No había salido en días de mi habitación, encerrado en ese lugar y postrado en una silla de ruedas, tampoco había asistido a las fisioterapias para poder volver a caminar y no quedarme aquí, para siempre, aunque lo único que deseaba era poder hacerlo y pudrirme en este lugar, mientras me auto-despreciaba.

— Fran, querido — la puerta fue abierta con cuidado y la mire por encima del hombro, mi madre estaba ahí, o bueno, ya no sabía si así era como debía llamarla después de todo lo que había causado —. Traje un poco de comida.

— No quiero, gracias — murmure mirando hacia mis manos y jugando con ellas.

Claudia suspiró, escuché sus pasos antes de verla frente a mi, de cuclillas y con esa mirada maternal que siempre había tenido para mi.

— Debes comer aunque sea un poco, no podes vivir para siempre de esta manera.

Negué—. ¿Ya se fueron?

Claudia negó.

— Siguen ahí, tu padre está molesto porque no bajaste a saludar.

Sonreí con ironía. No me importaba que estuviese molesto, o que mi actitud frágil le molestara, para él siempre había sido un problema haber nacido un omega con un problema que me hacía el doble de débil.

Un corazón de cristal (LIBRO #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora