𝟎𝟑

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Francisco R.

El aire fresco de la noche golpeaba mi rostro mientras la lancha se movía a través del mar hasta llegar a una de las zonas privadas en Grecia, cuyas zonas le pertenecían a Esteban, donde pasaríamos nuestra luna de miel.

Mi celular vibro y cuando vi ese mensaje, mi piel se estremeció y decidí ignorarlo. No era la primera vez que pasaba pero era algo que preferiría ignorar.

La ceremonia había acabado pronto y habíamos pasado la noche de bodas en habitaciones aparte, no podía decir abiertamente lo que me había dolido que Esteban decidiera quedarse en otra habitación esa noche, dejándome completamente solo en una habitación desconocida donde tuve que pasar la noche en las frías sabanas, no sabía porque me dolía, tampoco debía sorprenderme, ¿qué era lo que esperaba? ¿Qué Esteban me abrazará toda la noche y me hiciera suyo cuando no era a quien él verdaderamente amaba?

Se había comportado como se requería, como un esposo, todos sabían que no habíamos consumado el matrimonio y el solo pensamiento de eso, me hacia sentir incómodo.

—¿Estas bien? — su voz me saco de mi trance y mi mirada fue hasta Esteban, la primera vez que me dirigía la palabra desde que nos casamos estando solos.

—Lo estoy — murmure —. ¿Vos lo estás?

—Eso no importa — su mirada se apartó de la mía para ver el mar azul y yo sentí como mi pecho dolió.

—Debería importar, no soy yo quien se casó con el asesino de su ex prometido. —solté y sentí la mirada de Esteban sobre mi cuerpo, yo me estremecí.

—¿Por qué te empeñas en que te odie?

—Porque se que lo haces —lo mire por unos segundos y mi corazón seguía doliendo con cada mirada.

Llevaba unos lentes de sol, oscuros iguales a los míos pero podía sentir su profunda mirada debajo de ellos, perforándome el alma con ellos y mirando lo agonizante que estaba. Aparte la mirada rápidamente cuando su falta de respuesta me hizo entender que mis palabras eran verdad.

—Eres masoquista, Francisco. ¿Tanto te gusta sentir la sensación de odio de los demás? —pregunto y mi mirada fue hasta él por unos segundos—. ¿Te gusta el dolor?

Su voz profunda caló en mi sistema y yo aparte la mirada atragantándome con mi propia saliva, podía sentir su aroma cerca y su cercanía me hacía sentir mal.

—Se que no lo decís, Esteban, pero está claro que también sentís ese desprecio por mi. Yo mate a Adrián esa noche, tenes todo el derecho en negarte a estar conmigo o tenías el derecho de negarte cuando te pusieron en este círculo vicioso de destrucción.

—Tu auto destrucción, me parece —gruño, mi piel se erizo al escucharlo hablar en ese tono—. ¿Y vas a sacar el tema de Adrián, siempre? Adrián esta muerto y...

—Es mi culpa.

Lo mire y él se quedó callado.

El nudo en mi garganta creció y agradecí cuando el conductor de la lancha se giró para informarle a Esteban que ya habían llegado, no conocía el idioma pero por lo que pude ver, la lancha se había detenido y me apresuré a ponerme de pie para bajarme de ella con ayuda de uno de los lacayos que se encontraban esperando por nosotros.

Sentí la mirada de Esteban a mis espaldas pero no quise girar para verlo, solo camine derecho mientras visualizaba la casa que tenía frente a mi, era una linda mansión, con una especie de mezcla de las casas de Santorini.

—Francisco. —escuché su voz a mis espaldas intentó hablarme pero yo no tenía la voluntad para girar y mirarlo a la cara una vez mas.

Camine recto hasta llegar a la entrada principal de la casa, observando el pequeño bosque que la rodeaba en esa pequeña isla de Grecia, había leído de eso hace un poco luego de que mi padre por fin concertara nuestro matrimonio y todo lo que ellos poseían.

Un corazón de cristal (LIBRO #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora