𝟏𝟐

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Esteban.

La insistencia de mi padre me hizo removerme intranquilo al escuchar como le pedía a mi esposo que tocara el piano para nosotros, le insistió tanto que Francisco no pudo negarse una vez más y lo vi irse de mi lado, no tuve más opción que seguir a mi padre y a Francisco hasta verlo tomar asiento en el banco frente al piano forte que mi padre tenía en medio del salón.

Las luces del salón se atenuaron para darle más atención a Francisco, mis ojos se oscurecieron al verlo cuando tomó asiento y abrió la tapa que cubría a las teclas, cuyo nombre no me sabía a la perfección; jamás me había gustado la música hasta que conocí a Adrián y lo escuché decirme muchas veces lo bastante que le gustaba tocar el piano, sin embargo, era todo lo contrario a Francisco porque era Adrián que negaba ser el bueno siempre.

Mi mandíbula se tensó cuando la música suave comenzó a sonar, seguramente alguna hermosa canción clásica. Mis ojos estaban sobre su figura y no podía evitar sentir cierta rabia al verlo ahí, sintiendo como si la traición me golpeara de repente al verlo ahí y observar su notable parecido a su hermano, quería caminar hasta él y joderlo, evitar que tocara porque ambos sabíamos que eso quería Adrián.

[...]

Entre nuevamente al salón, observando las hermosas pinturas y cuadros de artes que guardaba aquella habitación, muchos libros en tantas estanterías. Afuera estaba lloviendo y Leo Romero me había aceptado quedarme un rato en su casa hasta que la lluvia cesara y pudiera irme, acepte porque sabía que podría ver a Adrián, sin embargo, debía escucharlo detrás de una puerta, porque Leo no estaba de acuerdo con que nos reuniéramos cara a cara y menos sin acompañante.

Ese pensamiento me hizo reír; Adrián no estaba dispuesta a hacer nada antes del matrimonio, su familia era conservadora y había sido criado de la misma manera, con las ideologías de estar con alguien hasta el matrimonio y entregarse por completo a él, yo también se lo juré, le juré que lo esperaría aunque mis dedos deseaban pasearse por su piel y acariciar cada una de sus hebras, quería tenerlo para mi y que dejara esa actitud fría cuando estábamos frente a otros y tener su actitud tierna y cariñosa cuando lo escuchaba detrás de esa puerta.

Lleve mis manos detrás de mi espalda y suspiré acercándome a la puerta donde sabía que él estaría con su nana, del otro lado de la puerta.

—¿Ya estás ahí? —su voz llegó a mis oídos y yo mire hacia todos lados, sonreí antes de tomar asiento apoyando mi espalda contra la puerta para escucharlo mejor.

—No —respondí y lo escuché reírse ante mi mala manera de hacer chistes.

—¿Qué fue lo que te paso, Esteban? —pregunto, su  voz sonando en ese tono preocupado que tanto me gustaba escuchar cuando algo sucedía y llegaba a sus oídos—. Mi padre me dijo que tu auto se averió. ¿Es cierto?

—Lo es —mire hacia mi costado cuando escuché la puerta abrirse un poco para ver sus ojos verdes pero Adrián cerró la puerta rápidamente evitando que lo mirara a los ojos—. Me acogió un rato en su casa, me iré cuando la lluvia termine. Sus criados están revisando mi carro. ¿Vos que estabas haciendo?

Un suspiro se escuchó del otro lado, apoyé mi cabeza contra la madera y cerré los ojos, intentando imaginar sus ojos pero cuando la imagen de los ojos de su hermano menor llegó a mi cabeza, ese profundo verde que parecía conocer de algún lado y ese tono dulce y hermoso de su voz, su cabello rubio y ondulado en las puntas, me hizo abrir de golpe los ojos, intentando despejar mi cabeza y dirigirme a la imagen de Adrián, no de Francisco Romero.

Un corazón de cristal (LIBRO #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora