🐝 ━ Capítulo 4

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Es una mañana lóbrega, de nubes bajas, con una lluvia desapacible que chispea contra las ventanas y hace difícil imaginar que el sol va a salir el resto de la semana. No me gustan mucho los días como este.

Rebecca me ha ignorado desde que entré, y ni me sorprende que el clima tenga algo que ver. Así que solo comienzo con mis tareas matinales,  tratando de no pensar que siquiera recibí una mirada. No es obligatorio llevarse bien con la jefa, ¿verdad? A mucha gente le pasa. Y, además, ya he completado dos semanas aquí, lo que significa que solo me quedan cinco meses y trece días laborables para acabar.

Las fotografías están apiladas con esmero en el cajón de abajo, donde las coloqué el día anterior, y ahora, agachada en el suelo, comienzo a sacarlas y ordenarlas,comprobando qué marcos serán capaz de arreglar. Se me da bien arreglar cosas. Además, pienso que es una forma útil de matar el tiempo.

Llevo unos diez minutos dedicada a esta tarea cuando el discreto murmullo de la silla de ruedas motorizada me anuncia la llegada de Becky.
Se queda ahí, ante el umbral, mirándome. Tiene unas ojeras oscuras. A veces, según me contó Richie, apenas duerme. No quiero pensar en
cómo sería yacer atrapada en una cama de la que no puede salir sin otra compañía más que la de sus pensamientos nocturnos.

— Pensé en ver si podía arreglar algunos — le digo, alzando uno de los marcos y sonriéndole.
Intento mostrarme animada. — O si prefieres nuevos, puedo ir a la tienda en mi hora de almuerzo, o podemos ir juntas y...

— Relájate, Sarocha. No fue un accidente que destrozara las fotos.

— Lo siento. No pensé...

— Pensé que lo sabías — murmura entre dientes como si fuese obvio —. Bueno, no quiero esas fotos mirándome cada vez que estoy atrapada en la cama esperando a que alguien me saque de nuevo ¿Está bien?

Trago saliva.

— No iba a arreglar la de Charlotte, no soy tan estúpida.

Rápidamente doy vuelta el marco con la foto de la chica.

— Ahórrame la psicología barata — dice con un tono mordaz —. Solo ve a arreglar el armario de tu abuela o lo que sea que hagas cuando no estás preparando té.

Me arden las mejillas. No me gusta para nada su tono. Observo cómo maniobra la silla en ese pasillo estrecho y mi voz surge antes incluso de saber qué voy a decir.

— No tienes que ser una imbécil.

Las palabras retumban en el aire inmóvil.
La silla de ruedas se detiene. Hay una larga pausa, y entonces da marcha atrás y gira despacio, para quedar frente a mí, la mano sobre esa pequeña palanca.

— Tus amigos lo merecían. Yo solo estoy tratando de hacer mi trabajo lo mejor que puedo. Así que sería lindo si no trataras de hacer mi vida tan miserable como aparentemente haces la de todos los demás.

Respiro profundo. El rostro de Rebecca es un poema, con los ojos levemente abiertos.

— ¿Y si te digo que ya no te quiero aquí?

— No trabajo para ti. Trabajo para tu madre, así que hasta que ella no diga que no me quiere más aquí, me quedaré. No porque me importes o disfrute particularmente tu compañía. Sino porque necesito el dinero — me callo un momento y sin mirarlo, estoy soltando un murmuro afligido —. Lo necesito mucho...

La expresión de Rebecca Armstrong no cambia mucho en apariencia, pero creo ver asombro en su rostro, como si no estuviera acostumbrada a que alguien le lleve la contraria.

Cuando asimilo lo que acabo de hacer, el corazón me da un vuelco. Demonios. Creo que ahora sí la he fastidiado en serio.

Pero entonces, Rebecca solo me mira por un momento y suelta un suspiro.

❝𝒀𝑶 𝑨𝑵𝑻𝑬𝑺 𝑫𝑬 𝑻𝑰❞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora