🐝 ━ Capítulo 10

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Lo peor de trabajar como cuidadora no es lo que la gente piensa. Va más allá de las toallitas, de limpiar, recordar y no confundir todas las medicinas y el constante olor a desinfectante en las manos. Es el hecho de pasar tanto tiempo con una persona que se hace realmente difícil huir de conocer su estado de ánimo y e incluso el de uno mismo.

Becky ha estado evitándome toda la mañana desde que le revele mis planes. Alguien ajeno no lo habría notado, pero hay menos bromas, menos parloteo. Ella siquiera preguntó nada a cerca de las noticias deportivas cuando había comenzado a hacerlo cada día desde hace un mes.

— Eso... ¿Es lo que quieres hacer? — a través del reflejo de las ventanas, sus ojos parpadearon, pero su rostro revelo nada.

Me encojo de hombros mientras doblo algunas de sus bufandas.

— Ya era hora, digo, tengo veintisiete años — mi respuesta contundente suena algo infantil y evasiva.

Becky estudia mi rostro y la veo tensar la mandíbula antes de voltearme hacia el closet. Entonces un cansancio repentino me atrapa y siento la extraña necesidad de disculparme cuando en realidad no sé muy bien por qué. 

— Me alegra que lo resuelvas todo por tu cuenta.

El tono en su voz comienza a enfadarme. Nunca me había sentido tan juzgada como me siento ahora por Rebecca y se volvió agotador a medida que la tarde se acercaba porque al parecer había decidido que no tenía algún interés por mí y su entretenimiento se había acabado. Por supuesto, la traté con la misma frialdad que ella a mí.

Por la tarde, alguien llama a la puerta. Me apresuro por el pasillo, con las manos un poco húmedas por estar fregando y abro la puerta. Encuentro a un hombre alto de traje oscuro con un maletín.

— Buenas tardes, busco a la señora Armstrong.

— Oh, es en la otra puerta.

— Déjalo pasar — dice ella apareciendo detrás de mí —. Hola Michael.

— Michael Lawler — cruza el umbral y me estrecha la mano.

Estaba a punto de decirme algo más cuando Becky interrumpe cualquier contacto entre nosotros con una orden concisa.

— Estaremos en el salón ¿puedes hacernos café y dejarnos a solas un rato?

— Eh... claro.

El señor Lawler me sonríe un tanto incómodo antes de pasar al salón. Cuando entro unos minutos más tarde con la bandeja del café, los dos conversan a cerca de tenis. Me quedo un momento hasta que es suficiente.

— Con permiso, me retiro.

— Gracias, Sarocha.

— ¿Segura que no quieren algo más? ¿Unas galletas quizá?

— Gracias, Sarocha.

Becky nunca me llamaba Sarocha y jamás me había echado del salón antes. Sin decir nada, cierro las puertas dejándolos a solas otra vez.

El señor Lawler se queda por más de una hora. Tras completar mis tareas me senté en la cocina pensando si tenía el valor para escuchar su conversación sin que lo notasen, pero claramente no, así que me quede quieta, comí dos dulces de bourbon, me mordí las uñas y escuche el bajo murmullo de sus voces preguntándome por enésima vez por qué ese hombre decidió no usar la entrada principal.

No tiene aspecto de médico. Tal vez sea un asesor financiero, pero tampoco tiene pinta. Para nada era parecido a cualquier terapeuta o especialista que enviasen para asegurarse de que Becky tuviera todo lo que necesitara. Ellos siempre lucen agotados, pero gozan de un buen humor animado, visten prendas de lana de colores suaves y zapatos cómodos y conducen coches familiares. El señor Lawler, en cambio, tiene un BMW azul marino y un traje espectacular.

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⏰ Última actualización: Aug 20 ⏰

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