Borrador; Don't they know it's the end of the world?

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Epilogue borrador;
"Don't they know it's the end of the world?
It ended when you said goodbye"

(The End Of The World - The Carpenters)

"Me despierto por la mañana y me pregunto
¿Por qué todo es igual a como era?
No puedo entender, no, no puedo entender
Cómo va la vida de la manera que lo hace

¿Por qué mi corazón sigue latiendo?
¿Por qué lloran estos ojos míos?
¿No saben que es el fin del mundo?
Terminó cuando dijiste adiós"

Coriolanus se acomoda la rosa en el bolsillo delantero del uniforme y espera, impacientemente, sentado en la oficina del comandante Hoff. 
Recuerda demasiado bien cuándo fue la última vez que estuvo sentado en aquella silla: cuándo recibió la noticia de su vuelta a casa. Y el pésame por la perdida de su amigo.

A veces tiene pesadillas sobre esa noche también.

Él ya no sabe lo que es dormir sin pesadillas. No desde que Sejanus murió.

Alguna vez el cansancio le había ganado mientras estaba sentado en la sala de estar y había sido la misma Señora Plinth la que lo despertaba de sus propias torturas mentales. Aceptaba sus abrazos gustoso cuándo estaban solos. Como si ambos compartieran un mismo dolor.
Aunque Coriolanus no compartía dolores, él solo tenía culpas. Pesadas e insoportables culpas.

La primera vez que se cruzó con uno de los agentes de la paz del doce fue cuándo una camada se presento en el tren para recoger el cargamento nuevo. Fue la primera vez en meses que había sentido más que insoportable desolación. La ira fue la primera emoción diferente que experimento en meses. Y lo absorbió por completo.

Tuvo que resistir el impulso de estrangular a aquel hombre frente a todos sus compañeros. 
Él tenía que ser más cauteloso.

Ahora era alguien importante.
Más específicamente, el heredero oficial de la fortuna y el imperio Plinth.

Claro estaba que él nunca iba a renunciar a su apellido, no había ninguna fortuna en el mundo que lo hiciera cambiar de opinión. Pero, había aceptado la situación como si fuera natural.
La muerte de Sejanus había sumido a los Plinth en una desesperación que Strabo había dejado clara en pocas palabras:

—Mi mujer necesita una razón para vivir —dijo tratando de mantenerse entero—. Y yo, ya puestos. Tu has perdido a tus padres. Nosotros a nuestro hijo. Se me había ocurrido que podríamos encontrar una solución juntos.

Fue fácil decir que si. 
Le había prometido a Sejanus que cuidaría a sus padres, y lo haría.

Strabo había comprado el piso de los Snow y el de los Dolittle, en la planta baja, para él y Ma. Se había charlado la posibilidad de fusionar ambas viviendas por medio de alguna escalera caracol, y tal vez, un ascensor que a la larga sería bueno para la abuelatriz, pero mientras tanto. Las cosas iban como si nada. 
Ma ya se pasaba la mayoría de los días a casa para ayudar a su abuela, y Tigris, simplemente le había tomado un respeto especial.

Como si las cosas hubieran tenido que ser así desde siempre.

Los Plinth se ocuparon de todos los gastos: los impuestos del piso, la cocinera y su matricula de la universidad. Hasta entonces, también le otorgaban una generosa mensualidad y le aceptaban cualquier compra que él considerará necesaria para agrandar su guardarropa.
Eran sorprendentemente compatibles. A veces, hasta casi se olvidaba que ellos provenían de los distritos.

La propuesta sobre involucrarse en el negocio familiar vino después, más bien, progresivamente. Strabo le sugirió visitar las instalaciones y poco a poco le informó del estado de los negocios y los manejos.
Cuándo le comentó sobre su papel en proveer a las bases de los distritos de cargamentos, entonces fue cuándo Coriolanus supo que tenía que tomar esa jugada. Cuándo Strabo mencionaba a Sejanus de vez en cuándo, colando sus recuerdos entre líneas, entonces su culpa reaparecía con más peso y las armas empezaban a olerle mal. 

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