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BUENOS AIRES, ARGENTINA

Nicolás curva sus labios ocurrente al releer los mensajes que la rosarina le envió, sus pectorales rebotaban incesantes a causa de la risa interna mientras sus pies se frotaban entre sí al final de la cama. Cómo le gustaba ver como le hacía la contraria en todo y hasta en lo más mínimo, eso le indicaba lo pendiente que estaba a sus movimientos y el cierto interés que aún mantenía por él.

Hace menos de una hora la práctica en el predio de Ezeiza se había dado por finalizada, los jugadores culminaron su segundo día de entrenamiento luego de una ardua y estricta serie de ejercicios. Apenas Scaloni terminó de dar las últimas pautas en voz alta y los despidió hasta el día siguiente, un buen grupo abandonó el recinto y huyó a sus casas de Buenos Aires. En cambio otros, como Nicolás, se pegó un baño ahí mismo y le hizo el aguante a Rodrigo a que terminará de cambiarse.

─ Que sonrisa de trolo pusiste, ¿a quién te andas chamuyando, boludo? ─ indagó De Paul, acercándose discreto por el mini pasillo que dividía ambas camas y arrebatando el teléfono ajeno

𝐋𝐈𝐒𝐁𝐎𝐀 | Nicolás OtamendiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora