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BUENOS AIRES, ARGENTINA

El lado izquierdo del colchón se hundió aún más cuando el cuerpo robusto de Nicolás se removió entre las sábanas, buscando encontrar una nueva posición para conciliar el sueño y poder dormir, aunque sea, cinco minutos más. Todavía medio dormido, pasó su diestra por todo su torso desnudo, tocándose el abdomen y miembro inconscientemente, y soltó un suspiro pesado al sentir el delicioso roce de su piel contra el frío cobertor. Esa mano terminó cayendo a un costado de su anatomía y contrayendo contacto con una ajena a la suya. Con voluntad intentó abrir los ojos, pero los primeros esfuerzos fueron en vano, la luz del día entraba por la ventana con todo su esplendor y chocaba de lleno en su débil visual. De modo que, volvió a elevar sus parpados y ahora sí pudo ver el panorama más claro.

Y se puede decír que le gustó lo que vio.

Esos tatuajes minimalistas que conocía de memoria por verlos tantas veces en Instagram, los diferentes tamaños de lunares que le decoraban la espalda, como si fuese un cielo estrellado, y ni hablar del bronceado tan peculiar que esa piel portaba. Nicolás estaba admirando la figura de la mujer más sexy y hermosa, quién hace años lo traía embobado y después de un largo tiempo, se encontraba despertando por primera vez a su lado. Y, a su opinión personal, se sentía muy bien. Sus impulsos carnales de volver a tocarla le ganaron otra vez, asique con mucho atrevimiento dirigió su mano hábil al dorso desnudo de la castaña y comenzó a dejar suaves caricias en cada espacio disponible con la yema de sus dedos.

─ Que linda sos, hija de puta ─ musitó, deslizando su índice y medio por la espalda baja ajena, llegando hasta el límite predeterminado por el elástico de la tanga negra de encaje y volviendo a subir delineando su columna vertebral ─ Pensé que la ibas hacer más larga, pero fuiste facilita, mi amor.

La observó removerse en su lado de la cama, girando la cabeza en dirección a él y reacomodando el brazo izquierdo debajo de la almohada, terminó por curvar sus labios con satisfacción al hallar esa nueva postura y soltó un suspiro relajado por su nariz. El tatuado le apartó algunos mechones rebeldes que habían caído sobre su rostro al voltearse y ahora podía verle el semblante que mantenía, era uno que transmitía tranquilidad, como sí estuviera durmiendo en el lugar más placentero y agradable del mundo. Aún él no caía que tenía a tremenda mujer durmiendo a su lado, seguramente de lo mucho que la miró en ese lapso de tiempo, la ojeó.

𝐋𝐈𝐒𝐁𝐎𝐀 | Nicolás OtamendiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora