0 6

1.2K 132 33
                                    

Felipe

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Felipe

Salí del chat de Pilar, cansado por sus insultos, y apagué mi celular antes de guardarlo en el bolsillo de mi bermuda. Recargado en el marco de la puerta de casa, divisé el jeep de Perla acercándose, una sonrisa se dibujó en mi rostro al verla conducir con unos lentes de sol que, a mi parecer, le quedaban perfectos.

Después de gritarle a mi familia, que acababan de volver de un mini viaje, desde la puerta para avisarles sobre la llegada de Perla, me dirigí hacia el vehículo, dejando mi valija junto a la suya, y mi tabla de surf sobre la suya. En cuestión de segundos, mi mamá ya estaba abrazando a Perla mientras papá las observaba con una sonrisa desde unos metros de distancia, asintiendo con aprobación a todo lo que mamá le decía.

Abrazé a ambos antes de subir al auto y me senté en el asiento del copiloto, observando con una sonrisa cómo Perla, a través de la ventanilla baja, escuchaba atentamente todo lo que mi mamá le decía.

— Cuídense mucho chicos, y disfruten ¡Los amo! — Gritó mamá mientras nos alejábamos. Perla les tiró un beso antes de girarse para manejar con cuidado, y yo moví mis manos en forma de saludo hasta que dejaron de ser visibles cuando Perla dobló en la esquina de esa misma calle.

La castaña, con una sonrisa que dejaba en evidencia su buen humor, conectó su celular al sistema de sonido del auto y dejó que 'Vine hasta aquí' de Los Piojos se escuchara fuertemente por todo el vehículo. Entre risas y chistes sobre las cuatro horas que teníamos por delante, preparé el mate y, sin perder tiempo, empecé a cebar mientras disfrutaba de la linda brisa que entraba por las ventanillas bajas.

Perla y yo compartíamos muchas cosas, pero una de las que más nos unía era nuestro amor por los viajes en auto. Nos encantaba escuchar temas viejos y tomar mates mientras charlábamos sin parar. Era como si cada kilómetro que recorrieramos fortaleciera nuestra conexión y nos llenara de nuevos recuerdos para atesorar.

— Compré facturas. — Habló Perla mientras esperaba a que el semáforo se pusiera en verde. — Están en la mochila de ahí atrás, sacalas que no desayuné y me estoy muriendo de hambre.

Y sin decir nada, estiré mi brazo hacía los asientos de atras, llevando la mochila conmigo hacia adelante, y sacando aquello que la castaña a mi lado deseaba comer.

— ¿Cual queres? — Pregunté tras llevarme una llena de dulce de leche a la boca.

— Una torta negra. — Y sin más, la tomé entre mis manos y se la alcancé, riendo por la felicidad en su rostro mientras comía.

Mientras Perla disfrutaba de su factura, y manejaba atenta, pero disfrutando de la musica también, yo cebaba y me sacaba las zapatillas, listo para estirar mis pies donde pudiera. Sabía que a la castaña no le gustaba que lo hiciera, sin embargo, estaríamos cuatro horas viajando e iba a ser imposible que me convenciera de no hacerlo.

𓆝 𓆟 𓆞 𓆝

Agradecí a la chica tras el mostrador con una sonrisa, dejando que mis ojos se encontraran con los suyos por un momento antes de tomar la Coca-Cola fría y el paquete de sánguches de miga recién preparados. El aroma tentador de la panadería me invadía mientras salía, y el tintineo de la campanita al cerrar la puerta resonaba en mis oídos, marcando el final de esa breve parada.

En mi camino hacia el auto, el sol del mediodía parecía pegar con más intensidad, y me encontré abanicándome repetidas veces mientras avanzaba por la vereda. Las doce del mediodía siempre parecían traer consigo el sol más fuerte. Al llegar al auto, sonreí al abrir la puerta y sentir el frescor del aire acondicionado abrazarme. Cerré la puerta con un suspiro de alivio y me acomodé en mi asiento, listo para disfrutar de nuestro almuerzo improvisado mientras continuábamos nuestro viaje hacia Pinamar.

El motor del auto cobró vida con un suave ronroneo, y mientras el paisaje cambiaba a medida que avanzábamos por la carretera, le alcancé la comida a la castaña a mi lado, que amaba con locura los sanguches de miga.

— ¿Cuanto falta? — Pregunté, dandole un trago a la botella de coca-cola, mirando la ruta con interés.

— Dos horas más o menos.

Asentí ante su respuesta, feliz de saber que ya faltaba menos para que llegáramos. Teníamos pensado llegar a dormir, para después ordenar todo bien antes de la llegada de los chicos. Llegaban hoy a la noche, y Perla quería que toda la casa estuviera impecable antes de eso.

Mordí el sanguche, tarareando la canción que sonaba de fondo, en un tono mucho más bajo que antes.

— Te está llamando Pilar. — Habló la castaña a mi lado. En cuánto dejé de mirar por la ventana, pude ver cómo señalaba mi celular, que se encontraba con la pantalla para arriba en el salpicadero, dejando visible para ambos el nombre de Pilar en la pantalla de mi celular.

Sin decir nada, agarré el celular para ponerlo en modo avión, y volví a dejarlo en el mismo lugar, ahora tranquilo de que las llamadas de aquella chica no volverían a molestar.

— ¿Se pelearon? ¿O por qué no le contestas? — Preguntó Perla, sin dejar de disfrutar de nuestro almuerzo, mostrando su curiosidad característica por la vida de los demás.

— Le dije que dejáramos todo, que no quería nada serio con ella.

— ¿Se enojo? — Asentí, volviendo a mirar por la ventana, mirando con interés cada auto que pasa por nuestro costado. — Que garrón...

Sus palabras resonaron en el aire, creando un eco de incertidumbre y tensión entre nosotros. Nos sumergimos en un silencio denso, solo interrumpido por el sonido de la música de fondo y el constante ruido de los autos en las calles.

Si, era un garrón. No me gustaba ver a Pilar enojada conmigo. Aunque nunca había sentido nada romántico por ella, el simple hecho de saber que la habia hecho sentir mal me resultaba desagradable. Si, desde el principio había dejado en claro que nuestra relación no sería nada serio, pero aún así, no podía evitar sentirme culpable por haber herido sus sentimientos.

— Bueno, Pipe... — empezó a hablar Perla, rompiendo el silencio con su voz suave. — Ojo que, en una de esas, tenemos suerte y encontramos el amor en Pinamar.

Ambos compartimos una risa, intercambiando miradas cómplices por nuestras respectivas situaciones amorosas lamentables. Perla estaba haciendo un esfuerzo evidente por hacerme sentir mejor, y yo agradecía su intento.

Lo que Perla no sabía, y lo que yo prefería mantener oculto, era que el amor ya había golpeado mi puerta en Pinamar muchos años atrás, dejando una huella imborrable en mi corazón y un sentimiento de infelicidad al no poder evitar sentirme así por ella.

Lo que Perla no sabía, y lo que yo prefería mantener oculto, era que el amor ya había golpeado mi puerta en Pinamar muchos años atrás, dejando una huella imborrable en mi corazón y un sentimiento de infelicidad al no poder evitar sentirme así por ...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
𝐓𝐔𝐒 𝐎𝐉𝐎𝐒 | Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora