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Perla

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Perla

Miré la foto que mi mamá me había mandando de Milanesa. Con una sonrisa, completamente enamorada de la bola de pelos amarillos, conteste con halagos hacia mi gato y emoticones llorando porque lo extrañaba.

Apagué el celular y lo deslicé en el bolsillo de mi enterito mientras avanzaba hacia donde Pipe había ido, deleitándome con un sorbo del licuado de frutilla que sostenía en mi mano. El espléndido atardecer en la playa nos había cautivado, pero decidimos volver a casa para bañarnos y descansar un poco antes de la interesante noche que nos esperaba.

Antes de subirnos a los autos, le recordé a un malhumorado Felipe que me debía un licuado y, con un castaño sin ganas, fuimos a comprarlo, siendo acompañados por los demás, que ni siquiera dejaron de tirar comentarios y jodas por la situación vivida por Pipe, mientras este compraba lo que me había prometido.

Cuando Blas y Juani se acercaron corriendo a nosotros entre risas, a contarnos lo sucedido, lo primero que hice fue reirme junto a todos los demás.
Sin embargo, al ver una notable vergüenza en el rostro del recién rechazado, decidí pedir a todos que se callaran, y aunque al principio lo hicieron, me fue imposible que a los minutos lo siguieran jodiendo.

La situación era graciosa, admitía que había sido algo repentino que me había parecido cómico, y que los chistes de los chicos habían logrado robarme risas, sin embargo, no podía evitar sentir lástima por él rostro avergonzado de mi amigo.

La brisa suave del atardecer acarició mi rostro mientras me deslizaba por la puerta corrediza hacia el patio. Mis ojos se posaron en Felipe, quien descansaba en la hamaca paraguaya, buscando un momento de calma lejos del resto de los chicos. La luz dorada del sol pintaba un cuadro sereno a su alrededor, destacando su expresión tranquila pero quizás un tanto abrumada por la situación anterior.

Con pasos suaves pero decididos, me acerqué, llevando conmigo el refrescante licuado de frutilla que sostenía en mi mano. Cada paso me acercaba más a él, cada movimiento era una invitación silenciosa a compartir ese momento de tranquilidad juntos. Cuando estuve junto a la hamaca, no dudé en dejarme caer sobre sus piernas extendidas, sintiendo el leve balanceo de la tela bajo mi peso.

El peso de mi cuerpo sobre él lo hizo abrir los ojos con rapidez, y por un instante, pude ver la sorpresa en su mirada antes de que se relajara al reconocerme.

— ¿Qué queres? — Su voz sonó un tanto áspera mientras tomaba el licuado de mis manos y se llevaba la bombilla a la boca para tomar un sorbo, sin siquiera mirarme.

— ¿Estás de mal humor? — Pregunté, arqueando una ceja en señal de sorpresa por su tono brusco. El castaño no respondió de inmediato, simplemente siguió tomando el licuado serio. — Mira que yo no tengo la culpa de haberle gustado a la rubia esa. Yo no elegí ser así de linda.

La risa de Pipe, aunque breve, trajo consigo un destello de complicidad entre nosotros. Sus ojos rodaron en un gesto exagerado ante mi último comentario, como si quisiera expresar su desagrado ante mi falso egocentrismo de manera teatral.

𝐓𝐔𝐒 𝐎𝐉𝐎𝐒 | Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora