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Perla

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Perla

Cerré la canilla con un giro lento, observando mi reflejo en el espejo frente a mí. Un gesto automático sacudió mis manos por la ausencia de papel, y en ese instante, el espejo me devolvió una imagen de mi que ya no se veía tan impecable como antes de llegar a este lugar. Mis ojos se detuvieron en las ojeras apenas notables y en los pequeños pliegues que habían empezado a marcar mi rostro. No me veía tan mal, pero tampoco tan bien.

Decidí dedicar un momento a retocar mi maquillaje con cuidado, tomando cada detalle en cuenta. Luego, con un suave cepillado, traté de domar mi cabello que se había rebelado en una pequeña revuelta sobre mi cabeza. Un poco de perfume dulce y una última aplicación de brillo labial completaron mi ritual.

Mientras observaba mi reflejo una vez más, la puerta de uno de los cubículos del baño se abrió detrás de mí. Un leve crujido que apenas resonó en el silencio. Instintivamente, mediante el espejo, dirigí mi mirada hacia allí para mirar quién salía.

Ese cabello negro y esos ojos tan oscuros como el color de su pelo me helaron de inmediato. Nuestras miradas chocaron en el espejo, un encuentro casual reflejado en cristal. Al principio, noté sorpresa e incomodidad en sus ojos, como si no esperara encontrarme allí. Pero entonces, esa sonrisa cínica que tanto odiaba se deslizó por sus labios.

Fue como una chispa que encendió una llama dentro de mí. Sentí cómo mi sangre empezaba a hervir, una mezcla de ira y desafío. No podía apartar la mirada de su reflejo en el espejo, como si estuviéramos atrapadas en un juego de miradas silencioso y tenso.

— Tanto tiempo.— Habló tras dejar de mirarme a mí, para luego observar su reflejo y acomodar su cabello corto. — ¿Como te va bien? A mí bien, muy bien la verdad.

— No me cuentes tu vida. A nadie le importa. — Contesté mientras guardaba mi brillo labial en la cartera que colgaba de mi hombro, alistándome para salir de aquel lugar e intentar fingir que este encuentro nunca hubiese ocurrido.

—¿Segura que a nadie? Porque a tu novio pareció interesarle mi vida siempre.— Los labios de Julieta se curvaron en una sonrisa burlona, y no pude evitar que las ganas de darle la cara contra el espejo me invadieran.

Los recuerdos de Gian y Julieta conviviendo comenzaron a aparecer en mi mente como un remolino de emociones contradictorias. Recordé los momentos compartidos, las risas y las confidencias, la sensación de tener a dos personas tan cercanas a mi corazón.

Sentí un profundo enojo al darme cuenta de que nunca había visto nada extraño entre ambos. Siempre había confiado en que algo así jamás pasaría, y no por Gian, si no por Julieta. Porque siempre había estado segura de que Julieta jamás me haría algo así. Habíamos sido amigas desde chicas, habíamos compartido secretos y sueños, habíamos sido como hermanas.

Pero ahora, en medio de la confrontación con Julieta en ese baño, todo parecía desmoronarse. Los recuerdos de nuestra amistad parecían distantes y borrosos, como si fueran de otra vida. Me sentí traicionada y confundida, preguntándome cómo había podido ser tan ciega ante las señales que ahora parecían tan obvias.

𝐓𝐔𝐒 𝐎𝐉𝐎𝐒 | Felipe OtañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora