II

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En la lejanía de su imaginación, pero nítido en la memoria del niño, se divisaban calles con agua cristalina fluyendo suavemente, igual que la brisa de una tarde calurosa, la lluvia y el sol en perfecta armonía; una ciudad llena de botes y flotadores, enormes edificios vestidos con plantas trepadoras y frutas imposiblemente coloridas, que despedían perfumados y dulces aromas por toda la ciudad. Animales y criaturas recorren este transformado lugar, iguanas de verde brillante saludando a los animales de peluche que pasaban en flotadores caseros, conviviendo en un santuario pensado y diseñado para la creatividad, idealizado como refugio para las ideas de Isaac. En el cielo infinito y las ventanas altas de las torres, aves de diferentes razas y de plumajes brillantes hacían carreras hasta el tope, sin que la lluvia les haga ocultarse o pesara en sus alas. El niño sonrió en su sueño, y una pequeña lágrima recorrió su mejilla hasta la almohada.

Isaac emergió de sus sábanas, con el cabello despeinado y por doquier, los ojos entrecerrados, la boca seca. El rugido de la lluvia ya se había vuelto ruido de fondo. Desde abajo, y recién cruzando la puerta, escuchaba un par de tacones agudos, caminando rápido. Isaac abrió los ojos en emoción, y corrió bajando por la escaleras, extendiendo los brazos y encontrándose con los de su mamá, Sara. Sus suaves y compasivos ojos, de un oscuro café, reposaban sobre sus pronunciadas ojeras, producto de incontables noches trabajando y estudiando.

— Mijito, qué bueno verte. — Decía la madre con una sonrisa cansada en su cara, pero con su delicada y atenta voz—¿La pasaste bien hoy?— 

Isaac le contó de su día en la escuela y lo bien que la había pasado. Y, como siempre, calló al contar su llegada a casa, o cuando se encerró en su cuarto esperando a que ella llegara para volver a salir. Estaba tan distraído contándole de su día, de hecho, que ni se dio cuenta que el cabello, cara y ropa de su madre estaban empapadas con agua. 

—Ay, disculpa, mi vida— Sara buscó una toalla con la que primero secó a su hijo, para luego usarla en su cabello y rostro, terminando de usarla en su cuerpo. —El cielo se está cayendo, y justo había dejado el paraguas.—

Después de sentir el cálido y frío abrazo, dejando el agarre de esos brazos, su madre soltó su bolso, dejándolo caer en la mesa cerca de la puerta, y escapó de su boca un suspiro de agotamiento, acercando su mano hacia el botón para encender la gigantesca y cuadrada televisión, apagando inmediatamente la luz, con la música de anuncio sonando fuertemente, el salón llenándose de sombras que flaqueaban y temblaban con el tenue brillo de la tele vieja.

En el otro lado de la habitación, apoyado contra uno de los pilares, estaba Elías, que llevaba quién sabe cuánto tiempo ahí parado, sin saludar ni anunciarse, salvo la ocasional fuerte sonada de nariz que hacía. Sonaba dolorosa y forzada. Su figura sombría y silenciosa observaba la televisión con ojos irritados, la boca fruncida en un gesto de frustración. Isaac se sentó en el sofá, intentando ignorar la inconfundible y opresora presencia de Elías.

— Tenemos un aviso de emergencia por parte de la alcaldía:

Presentaba un señor mayor, vestido de traje gris y corbata azul, la gran voz imponente de la tele.

— El fenómeno de 'El Niño' este año arrasa la ciudad, y el país, con un pronóstico nunca antes visto. En solo unas escasas horas, todo el cantón del Guayas reporta inundaciones catastróficas. Expertos informan-

Para este momento , Isaac había vuelto a ver a su madre, que apretaba, con su mano firme, el control de la tele. Notando a su hijo que miraba, apuntó un dedo hacia la pantalla con su otra mano. Las calles eran arrastradas por marea, con la basura flotando por las calles, intersecciones y parqueos mostrando gigantescos charcos, llenos con equipo de flotación y botes de goma, donde alguna vez pasaban los carros. Los cielos eran tinieblas envolventes, con las escasas, pero potentes lumbreras al impactar los rayos.

El presentador, con una voz lúgubre y triste, continuaba:

— Debido a las condiciones actuales, el Ministerio de Educación ha anunciado el cierre en todas las escuelas de la ciudad hasta nuevo aviso. Instamos a todos los ciudadanos a permanecer en sus hogares siempre que sea posible y a seguir todas las instrucciones de las autoridades locales.

— No quiero quedarme a vigilarlo—

Salió la gran sombra, apuntando con un dedo hacia la nuca de Isaac, quien sintió frío en las piernas, y su cuello se endureció a tal punto de que no podía dejar de ver la pantalla, al escuchar su nombre salir de esa voz.

— No trates así a tu hermano, Elías Ismael. No puedo faltar a la oficina, me esperan temprano en la madrugada.—

Elías empezó a rebufar fuerte, elevando sus brazos a la altura de su cabeza, dejándolos golpear con sus piernas al soltarlos.

— Pero me iba a ver con mis panas, ma. Si ni antes lo aguantaba— Su mamá interrumpió, alzando la voz en un tono firme y claro:

— Todo está cerrado ¿no oíste? Y no hay nadie más que pueda hacerlo. ¿O vas a trabajar por mí?—

Elías rebufó una vez más, subió a su cuarto, pisando fuerte, con sus llaves tintineando agudo entre sí, azotando la puerta al llegar. Isaac contaba los pixeles en la pantalla, sin atreverse a voltear la cabeza. El noticiero seguía pasando el montaje de la inundación; terminando en una toma del Barrio Las Peñas, la sensación de que toda su gente lo ha abandonado, su infinidad de escaleras formando una torrencial cascada de lluvia. En el tope de las escaleras, distante, pero claro a los ojos de Isaac, una figura totalmente envuelta en sombras, con un vacío en su rostro, apuntaba y miraba directo hacia él. No tenía sentido, pero el niño sabía que esa cara sin ojos observaba profundamente en su alma, con una mirada llena de odio. Isaac giró rápido la perilla de la tele, recibió el beso de frente de su madre para despedirse de ella, y caminó apresurado a su cuarto, subiendo las escaleras con la vista firme al frente y el cuello rígido, abriendo la puerta de su habitación, cerrando instintivamente con seguro. Revisó la maleta, que había quedado originalmente en una silla, lista para el día de mañana. Sacó su cuaderno y colocó la mochila en el suelo, suspirando de frustración, sabiendo que no se iba a mover de ahí por un tiempo. Se escondió entre las sábanas de inmediato al apagar la luz, intentando imaginar los manantiales y ríos tranquilos de su imaginación. Durmió enseguida, encorvando su espalda y acercando sus rodillas a su estómago. E Isaac quiso soñar con un lugar mejor, cualquier otro lugar que no sea su casa.

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