IX

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Un Errante se le acercaba de frente con pisadas rápidas, pero Oswaldo no se inmutaba. El Errante disparaba agua por doquier, que golpeaba con su piel gelatinosa y brillante, con ambos brazos inertes, revolcándose de izquierda a derecha mientras las piernas se movían por sí solas. El atacante alzó sus brazos ante Oswaldo, y los iba a deja caer, de no haber sido por la pierna llena de brillos y luces que el artista plantó en el pecho del Errante, quien ahora volaba lejos del grupo, sus brazos y piernas siguiendo al semi-torso que salía disparado con fuerza, chocando estruendosamente contra uno de los blancos pilares en la universidad. Isaac apenas podía cerrar la boca de la sorpresa, y para evitar tragarse la lluvia. Después de la patada, Oswaldo se equilibró nuevamente con una sola pierna, y volvió a pararse recto, ahora con su barbilla apuntando a su pecho.

-¿Nada mal para una estatua, eh, Pichón?- Fresa usaba un ala a forma de codo, dando pequeños toques en la cabeza de Isaac, soltando pequeñas risas mientras meneaba su cabeza.

-No pensaría que es un artista con lo chevere que pelea.- Dijo Isaac, quien pudo escuchar a los tres loros ahora gruñir de la frustración, sabiendo exactamente lo que le iban a responder.

-No soy un artista, Isaac. Soy un c- Oswaldo no pudo terminar la oración, saliendo disparado a gran velocidad, el sonido del golpe opacando el ruido de la lluvia caer, parándose al instante, revelando en el área de impacto una grieta con miles de fracturas contra el pilar. Silencio de todos.

Limón, con sus alas alzadas, viró su cuello con fuerza para gritar:

-Oswaldo, qué pasó?!-

El artista puso las manos en su espalda baja, estirando su cuerpo, su cabeza a punto de encontrarse con sus piernas.

-Otra vez esta rata con alas, eso pasó. Pero, por favor, yo me encargo.- Las estrellas en la piel de Oswaldo despedían un brillo blanco, el naranja en sus ojos tornándose más oscuro.

Una ventisca soplaba contra el grupo de cinco, y Oswaldo se balanceaba otra vez en una pierna, a la expectativa. Giraba su mirada lentamente, estudiando el area, esperando una señal. Una enorme masa oscura se acercaba a velocidad, ignorando la lluvia, partiendo el agua por donde pasaba. Detrás de Oswaldo, sus estrellas brillaron intensamente, y constelaciones de dardos afilados salieron disparados al atacante, perforándolo, volviendo a la piel de la estatua al impactar.  

Una voz rasposa y gruesa decía entre dolor, mientras la enorme masa se levantaba.

-No cuenta, artista. Eso es trampa.-

Y abrió sus alas de par en par, que se extendían por varios metros; no de plumas, pero de piel y cartílago de un color negro y profundo, con dientes y colmillos grises, filosos y brillantes, que ahora se abrían completamente, dejando suelto un chillido agudo y perforante al oído. Con cada chillido, el enorme murciélago se acercaba a Oswaldo, usando su boca como guía para el resto de su cuerpo, que perseguía esas fauces a paso apurado. Y, antes que Isaac pudiera verlo, el gran murciélago cerraba su mandíbula, el sonido de sus colmillos vibrando en el agua alrededor, seguido del tronar de sus dientes chocando contra la pierna izquierda de Oswaldo, encerrándola. Pero el artista no se inmutaba, manteniendo sus ojos firmes en la bestia y aún de pie, diciendo:

-Y todavía tienes la cara para volver aquí. Maldito Tiniebla.- Decía Oswaldo, ocasionalmente saltando con su pierna libre. El gran murciélago iba a mover la presa dentro sus fauces y hablar, para ser sorprendido por el artista, cuando las estrellas en su pecho salieron disparadas hacia la bestia, creando rasguños en la cara de Tiniebla, seguido de una patada lateral por la otra pierna de Oswaldo, quien cayó al suelo, usando sus brazos y doblando el cuerpo para aterrizar. Tiniebla ahora encaraba el piso, veía cómo sangre caía de su cara y apenas podía mantener el equilibrio, virando su mirada hacia la figura de estrellas, que sin usar las manos, acercó las rodillas a su cabeza, y se levantó propulsado en un instante.

-No es personal, artista.- Decía Tiniebla, quien fue interrumpido por otra patada de Oswaldo, dirigida a su cuerpo. Esta vez, el murciélago saltó fuera del peligro, y cubrió su oscuro pelaje con sus alas.

-Tú lo hiciste personal. Y el idiota de tu jefe.- Y Oswaldo corrió, pisando furiosamente contra los charcos, elevándose en el aire, juntando ambas piernas y estirándolas, apuntando a la cara de Tiniebla. El artista no llegó a conectar la patada, la mitad de su cuerpo dentro de las fauces del murciélago, quien movió su cabeza cual látigo, de izquierda a derecha,  y estampó a Oswaldo en el suelo, elevando enormemente el agua donde ahora yacía el artista. Isaac, quien se había refugiado tras un pilar junto los loros, ahora salía para intentar ayudar.

-¡Oswaldo!- La cara de Tiniebla buscó la voz juvenil diciendo esas palabras, y mantenía fija su mirada al ver al niño humano, preocupación y nervios en su cara.  El niño sostenía la cangurera, lanzando puñados de semillas con apuro. El Ahogado no mencionó nada de crías, pensó Tiniebla, siendo sorprendido por el abrazo de hiedra trepadora verde y gigante, que no le permitía abrir sus alas o moverse.

Los tres loros se agarraron de un brazo de Oswaldo, e Isaac sosteniendo el otro, y tiraron hacia arriba, el artista poniéndose de pie una vez más.

-¡Les dije que no salieran! Ahora ya te ha visto- Apenas en pie, el artista se ponía en guardia otra vez.

-Entonces esta cría sí es lo que busco. Gracias, Oswaldo- Tiniebla clavaba su mirada en los ojos de Isaac, siguiéndolo en cada movimiento. El pánico del niño casi podía escucharse salir por su pecho. Oswaldo pisoteó con fuerza el suelo a forma de reclamo: 

-¡No hemos terminado aquí, desgraciado! ¡Termina lo que comenzaste!- Gritaba mientras los loros intentaban llevarse a Isaac, que intentaba alejarse. 

Tiniebla abrió una vez más sus enormes alas, aleteando con fuerza y salpicando agua al frente suyo. -Te equivocas, Oswaldo. No vine a pelear.- Y los loros, instintivamente, se pusieron encima de Isaac para cubrirlo, sorprendidos por la gran garra del murciélago que aplastó a los cuatro, elevándose por el aire, sin darle oportunidad a Oswaldo de reaccionar. Ahora, el artista trepaba los pilares y rebotaba entre ellos para intentar detener, sin éxito, a Tiniebla.

-Son ordenes, y alguien las debe hacer.- Y las alas negras subieron tanto, que Oswaldo ya no podía alcanzarlo, ni con sus patadas ni estrellas, mientras el grito de Isaac resonaba contra los pilares, seguido del enorme cuerpo de Tiniebla chocando y torpemente maniobrando hacia el techo abierto. 

Isaac sentía, dentro de la prisión de garras, cómo la ciudad se hacía más pequeña con cada segundo que pasaba.

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