Isaac no dejó de ver el grafiti, hasta perderlo de su vista. Fresa viró su rojo cuerpo por un momento, e Isaac se detuvo para que sea más fácil. Del mismo aire, una cangurera, más grande que los tres loros, de color verde oscuro y múltiples bolsillos, ahora era agarrada por el pico de Fresa, quien la arrastraba y jalaba con esfuerzo.
-No hay forma de que tuvieses eso guardado.- Dijo Isaac en tono incrédulo y monótono.
Don Piña echaba brincos encima de la cabeza del niño -Ya, pichón, si, es imposible, ya, ¡pero mira lo que nos llevamos! ¡Es una cangurera de semillas infinita!-
-¡Por fin! Comida a la puerta de nuestras jaulas!- Dijo Fresa, quien empezaba a saltar también, y Limón le siguió inmediatamente. No duró mucho la celebración, al tropezar Fresa con la cangurera, siendo recogido por Isaac antes de que cayera más. Poniendo a Fresa de vuelta en su hombro, Isaac acomodó la correa en su cintura, y abrió uno de los bolsillos. La cangurera estaba repleta hasta el tope, e Isaac no podía sentir el fondo, por más que rebuscaba con los dedos. Sacó tres semillas, y les dio una a cada loro.
Las aves tomaron suavemente la comida con sus picos, y mordían en silencio, expectantes. Pasaron unos segundos masticando, y los tres loros pararon al mismo tiempo. Muecas de asco invadieron sus caras, escupiendo las semillas inmediatamente, decepción en las tres caras emplumadas.
Don Piña decía, aún escupiendo: -Okay, tenemos unas semillas malas, pero el resto estarán mejor, ¿verdad?- Isaac abrió los ojos con preocupación, e intentó sacar más semillas de los bolsillos restantes. Una de cada bolsa distinta, para cada loro. Escupida tras escupida, se veían más decepcionados.-¿Sabes cuánto nos sacamos la madre para esto? ¿Cuántas plumas?- Dijo Fresa, aventando sus alas en frustración.
-Esto me hace odiar aún más al Ahogado.- Añadió Limón, reclinándose en la cabeza y oreja de Isaac, quien aventó una semilla en solidaridad, chapoteando al tocar el agua del suelo; después de salpicar en donde cayó, ya no estaba.
Don Piña resalló y viró hacia el niño:
-Olvídalo, pichón. Hay que empezar a mover-
Un pequeño temblor se sintió en el suelo, brotando del concreto y deseando salir. Abriéndose paso entre las losas, rompiendo la tierra y piedra, la hiedra trepadora, de raíces fuertes, adornada con hojas brillantes y verdes, se alzaba al cielo, abrazando edificios cercanos, rodeando kioscos y faros de luz.Fresa y Limón veían fijamente un ojo cada uno, y Don Piña se había encorvado por completo hacia abajo, todos fijándose en la cara atónita del niño.
-A ver, trata otra.- Dijo Don Piña, casi susurrando.
Isaac, sin decir nada, arrojó otra semilla de un segundo bolso. Un capullo enorme floreció, casi tan grande como Isaac, y sus blancos pétalos se movían hipnóticamente de lado a lado, un pequeño baile que fue interrumpido al abrirse por completo la planta, mostrando una flor de loto, con un blanco como el marfil, que desprendía esporas brillantes y se elevaba por los cielos, dejando atrás el lirio donde se sentaba. Los tres loros dejaron de ver al niño, apuntando sus picos al cielo en asombro. Don Piña, quien usaba una ala para rascar su barbilla, volteó otra vez a Isaac:
-Te servirán más a ti que a nosotros, parece. Saben horrible, pero...- Dejó de acariciar su barbilla emplumada, y apuntó a Limón y a Fresa, pasando su ala a apuntar a la hiedra que había crecido.
-Intentemos cortarlo. Veamos qué tan bien flota.- Y empezaron a cortar las raíces con sus picos, y tajando con sus alas cuando podían. Don Piña se unió brevemente, ayudando a atar cuerdas de hiedra, acomodando nudos verdes entre sí, y pasándole a Limón manojos de cuerda planta. Una balsa, suficientemente grande como para que Isaac pudiera pararse en ella, ahora alojaba a los loros, que se habían sentado juntos, chocando espaldas para mantenerse rectos. Isaac tomó la balsa verde, y, bajando por las escaleras, cuidando de que los loros no se le cayeran, se hundió hasta las rodillas en el agua, y empujó la balsa para luego montarse. El camino era directo; tocaba descender el resto de escaleras, que descendían hasta la plaza de Aguacero.
-¿De aquí a dónde?- Preguntó Isaac, escurriendo agua de su cabello rizado, agarrando equilibrio para sentarse.
-¡Vamos con Oswaldo! Hay que contarle sobre la cangurera.- Dijo Limón, que se rascaba con una pata su plumaje. Isaac bajó su mano frente al loro, y cuando le permitió, empezó a rascar por él. -¿Quién?- Dijo Isaac.
Don Piña, que miraba trozos de un viejo periódico que habían caído en la balsa, respondía sin desviar la vista: -Es amigo nuestro, nos deja quedarnos en sus instalaciones a cambio de ayudarle en sus obras. Pero estará interesado en verte.-
Fresa levantó el cuello, añadiendo:
-Es un artista. Nada más no se lo digas, o va a montarse un monólogo sobre su profesión y pasión.-
Isaac y las aves salieron por las escaleras de las Peñas, bajando. Isaac usaba un palo de madera que encontró flotando, llegando a la plaza del Malecón dos mil, o como sea que se llame aquí, de inmediato por el parqueadero, repleto de charcos que movían constante su marea por las constantes gotas, con una puerta metálica desaparecida, la otra aferrada a la pared, a punto de ser arrastrada por la corriente.
Aunque el olor a lluvia cubría todo, un ligero aroma a hierba fresca y húmeda se hacía notar brevemente. Además de las enormes raíces que aplastaban pilares de edificios y casas, tallos verdes y oscuros daban paso a plantas que brillaban, capullos pesados que se inclinaban hacia abajo, flores de néctar deslumbrante, hiedra que adornaba los techos y descendía sobre construcciones, con brillos morados, verdes y azules, la luz neon alumbrando cada esquina de la ciudad con el brillo natural y débil. Gracias a la tenue luz, Isaac notó las antiguas señales y letreros, todas mostrando posters con el nombre de El Ahogado, o mostrando un enorme ejército de Errantes de Lluvia, encarando al espectador.
Cerca de uno de estos letreros, en una terraza, un hombre con piel de humo, color gris enfermizo, que emanaba de él y ascendía hasta el cielo, miraba directamente a Isaac, sin moverse, salvo su respirar y el humo que despedía, bailando con la ventisca. No tenía cara o rasgos para notar, solo una silueta, imitando la forma humana. El hombre tenía los brazos en cada lado, con su cuerpo etéreo retorciéndose y reformándose con cada gota que caía en él. Isaac vio fijamente a la figura, pero no sentía la necesidad de huir que tuvo con El Ahogado. El contacto visual no duró, pues la figura se deshizo, desvaneciéndose con el viento. El humo fue arrastrado por la brisa, y ya no estaba. Fresa interrumpió a Isaac de su trance:
-¡Ya llegamos, pichón! ¡Universidad de las Artes!- Dijo Fresa, aleteando más duro, haciendo que Isaac voltee con fuerza hacia el loro.

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Paraguas
Fantasia*¡En proceso!* La lluvia no se detiene. Aguacero se hundirá. El fenómeno del Niño impacta Guayaquil, haciendo que las escuelas cierren, obligando a varios jóvenes a quedarse en casa por las lluvias descomunales. Seguimos a Isaac, un niño de escuela...