« ojos color sol »

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—¡Holaa! Finalmente aquí de nuevo uwu. He tenido un mes más que agotador, pero ya regresé. Este one-shot es en ocasión a San Valentín, con un amor diferente al de pareja, pero que llega a ser incluso más fuerte. ¡Nos leemos abajo!

—o—

" tus ojos hacen magia, son magos
los abriste y ahora se reflejan las montañas en los lagos,
la única verdad absoluta es
que cuando naciste tú
a los arboles les nacieron frutas

—o—

No había visto un amanecer tan tranquilo y etéreo en milenios, como en el que nació Tristán.

Resaltaron en el silencio sepulcral del palacio sus gritos durante horas; Elizabeth había perdido la noción del tiempo, pero recibió la mañana anterior con dolores de parto y al sonar la campana anunciando el alba nuevamente, los sudores fríos y las contracciones eran lo único que la ataban a la realidad tras doce tortuosas horas. Pocos dolores podía equiparar con aquello, y ni las peores heridas de batalla tenían oportunidad frente a tal suplicio.

A petición suya, solo mujeres en la habitación. Sus hermanas; su dama de honor y futura madrina de su hijo, Jelamet; y Jenna y Zaneri, las encargadas de traer al mundo al primer nacido vivo entre un demonio y una diosa.

El primer Nephilim, según literatura antigua.

Consciente del caos que ocasionaría, se dio a la tarea de organizar todo su parto con tiempo, y a sus ojos, mientras menos personas hubieran a su alrededor, mejor fluiría todo. Creyó que un círculo de confianza bastaría: a menos gente, menos desorden. Temía que los nervios de Meliodas lo traicionasen y, si lo peor sucedía, perdiera el control de sí mismo. Dadas las escasas probabilidades de un parto llevadero —y exitoso—, se dijo a sí misma que era lo mejor.

Pecó de ingenua.

Conforme fueron pasando las horas y sus dolores incrementándose al punto de casi delirar, no supo de qué manera su mente fabricó un instante efímero de claridad para que sus labios, temblorosos y ya pálidos, hilasen una frase, pero se las ingenió para ser lo más clara y concisa posible:

Traigan a Meliodas.

No debían haber pasado más de diez minutos antes de que sintiera una mano sujetar la suya con firmeza, y unos labios más que conocidos besar su frente sin remediar en el sudor. No necesitaba siquiera voltear a verlo para constatar su presencia: el hombre de su vida, el futuro padre de su hijo, había acudido como siempre a ella.

Sin embargo, en un momento dado, sucumbió ante el cansancio y sufrió un desmayo, y lo siguiente que supo al despertar fue que volvían a ser solo ella, sus matronas, y Jelamet a su lado. Podía escucharlo, vagamente, discutiendo con sus hermanas y Zeldris, y una voz que quizás perteneciera a Hendrickson, pero al estar fuera del cuarto y ella en un estado apenas consciente, solo conseguía oír frases distorsionadas.

—Quédate aquí conmigo, Elizabeth, céntrate en mí y olvídate del resto del mundo. Necesitamos que te mantengas despierta— escuchó decir a Jenna en un breve momento de lucidez. Asintió, débil.

Sus fuerzas eran ya inexistentes. Elizabeth había asistido partos hasta el hartazgo en el Reino Celestial como parte de su formación como sanadora, y sabía de sobra que el tiempo en uno era tan valioso como oro. Muy pocos, contados con los dedos una mano, habían salido bien luego de tantas horas. Las complicaciones eran infinitas, pero llegados a este punto ya no era una opción regenerarse por sí misma, y pensar en todo lo que podía salir mal era un error en el que intentaba, con las ínfimas fuerzas que poseía, no caer.

One Shots; MelizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora