" you look so beautiful in this light
your silhouette over me
the way it brings out the blue in your eyes is the Tenerife Sea „—o—
—Alternative Universe
—o—
Normandía, Francia, 28 de mayo de 1944
—o—
El vaivén de las olas rompiendo contra los riscos conseguía desviar sus oscuros pensamientos hacia recuerdos más amenos, y a veces (sólo a veces, cuando despertaba empapada en sudor a causa de una de esas pesadillas tan nítidas que hacían que su alma se estrujara en angustia) con el corazón retumbando en sus oídos, se levantaba, descalza y tanteando de a poco el suelo con sus pies, puesto que la habitación se hallaba sumida en la penumbra de una madrugada tranquila y no contaba con nada más que la luna para iluminar su camino hasta la ventana, y Elizabeth se aferraba al marco de la misma y suspiraba con pesar. Entonces el aroma de la costa le llegaba los huesos y los recuerdos comenzaban a fluir sin ella poder evitarlo, tampoco es como si ella quisiera evitarlo.
Sus ojos heterocromáticos recorrían todo el paisaje con calma, lo apreciaban como si fuera esa la primera vez que lo vieran y quisieran grabarlo a fuego en su memoria para siempre. Y aún estando a oscuras, Elizabeth podía recitar a detalle cada rincón de la playa frente a ella. Y decidía no poner objeción alguna cuando sus orbes se desviaban, inquietos y ansiosos, en busca de aquella zona que conocía tan bien; y negaba con la cabeza suavemente, sin importarle no luchar contra la sonrisa enamorada que se dibujaba entonces en sus labios rosáceos.
Una risilla leve y cantarina escapaba de su garganta y sus mejillas pálidas se teñían de un color carmín, y sólo Dios sabía cuánto lo extrañaba y lo mucho que rezaba por su seguridad. El aliento abandonaba sus pulmones, su pecho oprimido por esa incertidumbre de no saber si regresará mañana, tal vez el mes que viene, o quizás nunca. Y Elizabeth quería echarse a llorar como una niña pequeña porque sabía que era perfectamente probable que eso sucediera. No sería él el primero, y tampoco sería el último en ir a la guerra, despidiéndose de su amada con promesas de amor eterno y aunque, deshecho por dentro y con el corazón roto por dejarla detrás, avanzaba hacia adelante por el bien de su país.
Temía levantarse en la mañana con la noticia de su fallecimiento, o peor aún, con alguien tocando a su puerta para pedirle que la acompañara a identificar su cadáver. Mordía su labio inferior, la ansiedad aflorando como flor en primavera, cada noche a la misma hora en una rutina que poco a poco la estaba conduciendo a la locura. Soldados con extremidades ausentes, caras deformadas y la mente destrozada, porque Elizabeth sabía que aquello en lugar de un campo de batalla, se asemejaba más al mismísimo infierno desatado en la tierra. Ya ni siquiera podía dormir toda la noche, sino que despertaba en medio de la madrugada, agitada y con sus latidos erráticos, asegurándose de estar en su desván y no viendo como Meliodas agonizaba frente a sus ojos, herido y moribundo, profesándole entre balbuceos el cómo la inmensidad del universo se hacía ínfima ante cuánto la amaba, y cómo propio de su carácter, se despedía con un hasta luego, porque sabía él y sabía ella que algún día, en otra vida, se encontrarían nuevamente.
Lo había conocido en una tarde caminando al borde de la playa rumbo a los acantilados a observar la puesta de Sol, otoño del 42. Él, emigrado español, había huido de España a causa de los horrores de la Guerra Civil y buscando un nuevo futuro en las costas francesas, llegando así a Normandía, en aquel momento alejada de los bullicios citadinos de París y por ende, de la invasión alemana. Le había contado de las pesadillas que aún lo atormentaban: los cuerpos inertes y ensangrentados de sus padres y su hermano menor frente a él, los cadáveres de las personas con quienes compartía su día a día, compañeros de escuela y desconocidos. El rencor hacia la guerra había crecido en él, y decidió huir de España, eligiendo Normandía, más exactamente la región de Étretat por la calma pueblerina y la comodidad de la costa, dado que su familia vivía de la pescadería allá en Barcelona.
ESTÁS LEYENDO
One Shots; Melizabeth
Hayran Kurgu❝ Y te amo, te amo y te vuelvo a amar a pesar de qué tan turbio sea nuestro pasado, qué tan frustrante nuestro presente y qué tan incierto pueda llegar a ser nuestro futuro: porque mi amor por ti desconoce los límites; porque mi amor por ti solo sab...