Broken

55 7 0
                                    

Iori era el tipo de persona que era capaz de hacer cualquier cosa, con tal de lograr su objetivo. Desde temprana edad, su padre le había enseñado el sentido de la responsabilidad y el deber. Por supuesto, su deber era honrar al clan Yagami al derrotar el heredero Kusanagi. Su padre solo hablaba del destino y le hizo entender desde muy pequeño que su valor como persona estaba ligada a su poder. El fuego púrpura que destruía su cuerpo lentamente, era a su vez, lo que le lo hacía tener un lugar en ese mundo.

Y matar a Kyo, cumplir con su destino, era finalmente lo que le permitiría ser libre.

Iori creció deseando ver el día en el que viera el cadáver calcinado de Kyo postrado a sus pies, porque eso significaría que su nueva vida comenzaría.

El adolescente Iori imaginaba que, en cuanto más rápido se deshiciera de Kyo, más rápido podría dedicarse a lo único que le hacía feliz. La música.

Que ingenuo había sido, pensaba Iori mientras entraba a la tienda de conveniencia que quedaba en el primer piso del edificio, en pensar que las cosas serían tan simples. Que matar a Kyo iba a ser fácil o que él se iba a sentir satisfecho solo con ello.

Tomó un sándwich de carne de cerdo y un café con leche de almendras del estante y se dispuso a pagar. La tendera le saludó con la misma sonrisa de siempre y luego Iori salió del sitio con la intención de investigar el perímetro. Con todo lo ocurrido en la noche anterior, no había checado si alguien le había seguido y caminar le haría bien para despejar la mente.

El barrio en el que había rentado ese apartamento era bueno, era un barrio tranquilo en el que casi nunca pasaba nada, era ese tipo de barrios en los que los vecinos te saludaban desde las ventanas y los niños podían caminar con tranquilidad en la acera sin miedo a los autos. Había una escuela a un par de cuadras, por lo que era común ver estudiantes de todas las edades en las mañanas y tardes charlando animadamente.

Iori le dio un mordisco al sandwich mientras pensaba en lo diferente que había sido su vida a comparación. Él no había ido al colegio, pues su padre solía decir que hacer amigos o tener novia, eran distracciones superfluas que lo desviarían de su camino. Por eso había recibido tutores privados en la casona Yagami y había estado aislado del mundo desde que tenía memoria. Por eso de niño, Iori había comenzado a fantasear con la idea de matar a Kyo y así poder cambiar su situación. Porque él podía escuchar a los niños riendo y jugando afuera de la cerca que rodeaba la casa y añoraba poder ir al parque o a la escuela.

Matar a Kyo significaría que ya no tendría que obedecer a su padre y soportar los intensos entrenamientos a los cuales era sujeto por horas.

La muerte de Kyo sería un escape para ese mundo.

Pero entonces, su padre había muerto y luego Iori había descubierto que disfrutaba de pelear contra Kyo. Que le emocionaba enfrentarlo y esa emoción lo hacía sentir vivo.

Comenzó a pensar que quizás podría postergar la muerte de Kyo hasta estar completamente satisfecho. El problema era de que, entre más peleaba contra Kyo, más deseaba verlo. Y cuando se separaban, el volvía a pensar en él. Era un ciclo que siempre lo dejaba deseando más.

Aunque aparentaba estar comiendo casualmente el desayuno, Iori estaba alerta, estaba observando cada rincón a su alrededor y eventualmente se dio cuenta de que un hombre de una estatura inusual, lo estaba siguiendo. El hombre en cuestión mantenía una buena distancia de él, pero Iori había notado que llevaba un par de bloques tras su pista. Tiró el empaque vacío del emparedado en una caneca de la basura y dio media vuelta para entrar por un callejón sin salida en donde sabía que solo habían autos parqueados y gatos callejeros.

ShatteredDonde viven las historias. Descúbrelo ahora