Capítulo 3: El corazón de Occhiato

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Después de una función a sala llena, Florencia y sus compañeros de "Nadie dice nada" llegaron al hotel en Carlos Paz, donde se estaban hospedando, llenos de euforia. Iban a pasar todo el fin de semana en la provincia de Córdoba por motivo del show, y todos tenían planeado aprovecharlo al máximo. Sin embargo, el cansancio y un leve dolor de cabeza, causados por la bajada de adrenalina tras estar en el escenario, cambiaron drásticamente el humor de Flor. Últimamente, vivía en una constante ciclotimia, como si una nube gris, pesada y densa la siguiera cada vez que intentaba alzar la cabeza. Problemas no le faltaban, y como toda virgo controladora, no podía sacárselos de la cabeza. Antes de viajar, había discutido con su mamá porque hacía tiempo que no los visitaba, Budín se portaba peor cada día, el departamento necesitaba reformas urgentes, todo en medio de su separación con Agustín, que era un capítulo aparte. Lo único que aún se sostenía, y la sostenía, era su lugar de trabajo en Luzu. Ese era el espacio donde podía ser ella y olvidarse de todo aunque sea por un ratito. Con su mejor cara, tomó un analgésico que Momi le facilitó, y sin esmerarse demasiado en su aspecto, bajó con el resto de sus compañeros a la previa que habían organizado para festejar el éxito del show antes de salir a la noche cordobesa.

El viaje a Córdoba había significado un torbellino de emociones para Florencia, un contraste entre la felicidad absoluta de laburar de lo que amaba y la realidad aplastante de las miles de cosas que aún tenía por resolver. Y aunque intentaba dejar de pensar mientras tomaba un vaso de fernet y sonaba uno de sus reggaetón favoritos en el parlante, su mente estaba lejos de esa situación. Había quedado anclada en un mensaje que acababa de recibir, una foto de Budín con el mensaje adjunto "Aquí una fotito del Pupu, disfrutando con papá", enviado por su ex. Aunque habían acordado quedar como amigos, parecía que las cosas no estaban tan claras como creía. No podía evitar angustiarse al sentir que no podía salir de esa situación incómoda, que él encontraba la forma más sutil para mantenerla controlada o con culpa, y que usara a su gato, que tanto decía amar, para manipular una vez más, le jodía un montón. No pudo contestar. Al menos Budín parecía estar pasándola bien.

Abrumada y aislada de lo que estaba ocurriendo a su alrededor, sintió la necesidad de tomar un poco de aire y conectar con la naturaleza. Salir del hotel sola a medianoche en pleno invierno no era una posibilidad, así que pensó que la terraza, donde habían salido en vivo para los programas, era una gran opción. Se puso una campera abrigada y allá fue.

Allí, y sin esperárselo, a través de los ventanales transparentes, vio a Nicolás de espaldas apoyado sobre el barandal al borde de la terraza que daba hacia el lago y las montañas. Parecía que no era la única que necesitaba un momento a solas, pero en Nicolás esa actitud era al menos extraña. Sin pensarlo dos veces, decidió hacerle compañía.

—¿Ves que sos raro, Occhiato? —le dijo Flor al acercarse, tomándolo por sorpresa.

Nico se dio la vuelta, negando con la cabeza algo divertido por la interrupción de Flor.

—¿Me extrañan? —preguntó en broma.

—Tranquilo que no sos tan importante —lo cargó y Nico se sonrió. —¿Qué haces acá solo? —le cuestionó, ya que a unos pasos había una previa que rebasaba de alcohol. —Estás fumado —afirmó para encontrarle una lógica, mientras miraba las manos de él que, sorpresivamente, estaban vacías.

Este lanzó una carcajada ante la ocurrencia y desfachatez de su amiga.

—No, no fume nada… por ahora —agregó con picardía.

—¿Entonces? —se dio casi por vencida.

—Nada, quería estar un rato solo, ¿No te pasa?

Ella alzó una de sus cejas poco convencida. Entrarle a Nico era como querer derretir un iglú con un fósforo, así que prefirió dejar de insistir.

Occhiamin - Delirio Hermoso Donde viven las historias. Descúbrelo ahora